En el
libro “El origen de la familia, la propiedad privada y el estado”, Federico
Engels, hace un profundo análisis de la sociedad desde su origen y explica cómo
es que el surgimiento de la propiedad privada está ligado con las formas en que
un sector de la sociedad domina a otro, siendo estas formas siempre violentas, por
lo cual debe recurrir a un destacamento de hombres armados que garanticen ese
régimen de propiedad, a ello se le ha denominado Estado. La propiedad privada
no sólo provocó el surgimiento de esta institución represiva, sino también otra
más pequeña, pero igual de violenta: la familia. Es decir, para garantizar la
continuidad de ese grupo dominante, fue necesario heredar la propiedad que lo fundamentaba,
eso se hizo a través de una célula económica más pequeña, tomando el lazo
sanguíneo como el medio de transmisión de esa propiedad. El rol de la mujer fue
entonces el de la crianza de los herederos. La familia es pues, en esencia, un
órgano de represión a la mujer. Si se continua el análisis de la sociedad desde
una perspectiva marxista, se podrán vislumbrar las diversas formas que ha
tenido esta institución en los distintos estadios históricos, los cuales se
distinguen unos de otros por la forma en que la sociedad produce sus medios de
subsistencia, a lo que Marx llamó como “modo de producción”, definiendo así el modo
de producción esclavista, el feudalista, el capitalista y como último el
socialista para llegar a una sociedad sin clases sociales, es decir sin Estado:
el Comunismo.
Si
bien, la familia en el capitalismo continua con el mismo papel de proteger y
traspasar la propiedad privada de una generación a otra, la forma de asegurar
que los herederos pertenecen a un linaje en particular se hizo imponiendo la
monogamia a través de la institucionalización del matrimonio, con ello la mujer
misma pasó a ser propiedad del hombre, y no sólo eso, sino que también se
institucionalizó la “heterosexualidad”. Si bien, la mujer vive una opresión
constante, en una sociedad dividida en clases sociales, una mujer trabajadora
vive una doble opresión, si es indígena una triple, si es negra una más,
inmigrante otra más y así se abre el abanico de opresiones que vive. Al haberse institucionalizado la sexualidad, los
gays, lesbianas, trans, etc, también viven diversas opresiones porque son en sí
mismas antagónicas a la familia burguesa.
El
espacio en donde se desarrolla la vida familiar es el doméstico. Ahí se obliga
a la mujer a realizar las tareas que garanticen la continuidad de su papel de
criar a los herederos de la propiedad privada. Con el trabajo doméstico se
reduce a la mujer al estatus de esclava moderna. Al ser la familia el elemento
base de opresión de la mujer, el marxismo revolucionario plantea la desaparición
de dicha institución. Para ello, expone los elementos característicos de esta
opresión: el matrimonio, el trabajo doméstico y la crianza de los hijos. Luchar
contra ello plantea su antítesis: la unión libre, la socialización del trabajo
doméstico, y la integración de la mujer a las tareas de la producción social y
de la esfera pública, para que con ello salga del espacio doméstico y se libere
de esas tareas que no le son naturales, sino impuestas desde el surgimiento de
la propiedad privada. Trotsky declaraba al respecto que si las labores como el
lavado las hiciera una lavandería pública, el de la alimentación fuera
realizado por restaurantes públicos, etc., y así las labores domésticas se
socializaran, “el lazo entre marido y mujer sería liberado de todo factor
externo y accidental”. Despojando a la familia de sus funciones sociales
dejaría de tener sentido su existencia y en su lugar quedarían individuos
autónomos, libres e iguales para “elegir a sus compañeros sobre la base del
amor y el respeto mutuo”.
Si
en el capitalismo la existencia de la familia es crucial para su continuidad,
en el socialismo es la extinción de la familia lo fundamental para la
emancipación de mujeres y hombres en conjunto, y la extinción del estado, el
grado superior que daría paso a un nuevo episodio histórico: el comunismo. Se
entiende entonces que el modo de producción socialista, es decir el de la
socialización de los medios de producción y una economía planificada, se deberá
ir transformando de un órgano defensor del orden de propiedad colectivo a un
órgano meramente administrativo hasta que resulte inútil su existencia. Ello
supone que para que el socialismo exista, tiene que basarse en una economía
mundial, ya que esa economía planificada deberá operar en la riqueza material,
por lo tanto, entre más regiones se integren a esta economía, más riqueza habrá
y mejor funcionará dicho modo de producción, el capitalismo se basa en ello.
Esto
es la teoría, la forma y el tiempo depende de las complejidades que la realidad
presente. El intento más importante al respecto, y que a pesar de no haber
llegado a concluirse dejó una basta enseñanza, fue la revolución rusa de 1917.
Tras la victoria de los bolcheviques y la formación de un estado obrero para
defender el nuevo orden de propiedad colectivo, se escribió la constitución y
los códigos civiles más avanzados hasta la fecha, en los que se reconocía, por
ejemplo, por primera vez el derecho de las mujeres a divorciarse si ellas lo
pedían; se reconocía a los homosexuales como sujetos con los mismos derechos
que todos los ciudadanos; se abolió la ilegitimidad de los hijos fuera del
matrimonio; se prohibió la adopción con la intención de que el Estado se
hiciera cargo del cuidado de los niños; se prohibió que el matrimonio creara
propiedad compartida entre los cónyuges, para preservar a la mujer el control
total de sus ingresos, al integrarla a las actividades productivas, públicas,
culturales y políticas. Tras el estallido de la guerra civil, el retroceso que
implicó la NEP (Nueva Política Económica) y la posterior degeneración
burocrática del joven estado obrero, que finalizó con la renuncia a la
revolución socialista mundial y la formulación de una teoría deforme que
afirmaba construir el socialismo en un solo país, se echaron abajo varias
ganancias en cuestión de derechos civiles, orillando a la sociedad a renunciar
a la lucha por la extinción de la familia.
Como
bien se sabe, la deformación burocrática del estado soviético terminó con
purgas masivas de los viejos dirigentes del Partido Bolchevique y la expulsión
de la U.R.S.S. de quien había sido líder junto con Lenin de la revolución
obrera: León Trotsky. El VII Congreso de la Internacional, celebrado en 1935
fue crucial para definir la política a seguir de los Partidos Comunistas en el
mundo. Esta política subordinó los procesos revolucionarios particulares de
cada país, a la política de la burocracia estalinista. Con el crecimiento del fascismo,
y tras la renuncia de la revolución socialista mundial, Stalin impuso una nueva
política, que era organizar amplios frentes que frenaran el ascenso fascista y
nazi. Ello obligó a llevar a cabo políticas de colaboración de clases entre
obreros y burgueses “progresistas”, y con ello la subordinación de los
intereses de la clase obrera en nombre de un interés “común”: la paz. La
historia no perdonó aquel error, y es quizá el caso de España, uno de los más
trágicos (no el único) a recordar, cuando la clase obrera pudo haber tomado el
poder, pero su subordinación a la táctica del Frente Popular abrió la puerta a Franco después de la guerra civil.
La
política a seguir de los Partidos Comunistas en Latinoamérica fue así la de
integrar Frentes Populares Antiimperialistas. En el caso de México, el Partido
Comunista salió de la clandestinidad durante el gobierno de Lázaro Cárdenas. Al
principio, el PCM (Partido Comunista de México) tuvo una actitud crítica a
Cárdenas; sin embargo, tras las resoluciones del VII Congreso de la
Internacional, el PCM dio un giro de 180° y dio todo su apoyo al gobierno con
el pretexto de que éste encabezaba la lucha contra el imperialismo. Si bien, el
régimen de Cárdenas tenía un discurso “social” y aprovechó una oportunidad
histórica que le brindó el umbral de una guerra mundial, expropiando la industria
petrolera, no fue, de ninguna manera un gobierno “socialista”. Al integrar al
movimiento obrero a la estructura orgánica del estado, Lázaro Cárdenas condenó
a la clase obrera a una subordinación tal, que aún en la actualidad se pueden
ver sus estragos, por ejemplo, el que no haya habido una huelga general (de
varios sectores industriales) desde ese periodo presidencial hasta la fecha. A esta
incorporación se le llama corporativismo, y fue inspirado en la Carta del
Lavoro que implementara Mussolini en 1927 en Italia.
Pues
bien, al pertenecer al PCM, los arquitectos de la Unión de Arquitectos
Socialistas como Enrique Yáñez, Alberto T. Arai, Raúl Cacho, Enrique Guerrero y
Balbino Hernández tenían la obligación de apoyar y promover la política de su
partido. Inspirados por la primera generación de arquitectos funcionalistas
radicales como Juan Legarreta (muerto en un accidente carretero en 1934) y Juan
O’Gorman (más inclinado a Trotsky que al PCM), este grupo de arquitectos tuvo
una genuina motivación profesional por solucionar los problemas
básicos que planteaba un país en construcción después de un episodio
revolucionario, atrasado industrialmente y semicolonial. Al ser la vivienda una
consigna democrática constante en las luchas obreras, este grupo de arquitectos
proyectó una ciudad obrera en 1938. Lo interesante de ello, es que el contexto
económico-social en el que está planteado el proyecto es en el de un régimen de
propiedad colectivo, es decir, no capitalista, esto podría suponer en un México
caracterizado como un estado obrero. Esta cualidad lo convierte en el proyecto más radical que se haya realizado en el marco de la modernidad arquitectónica mexicana. La razón de plantear un escenario así, fue
quizá inocente, para “radicalizar” al gobierno cardenista en su política de vivienda, lo
cual respondía perfectamente a la línea política del PCM, al pretender
radicalizar a las organizaciones de masas del Frente Popular, en este caso en
torno a Lázaro Cárdenas; sin embargo, la historia ha demostrado una y otra vez,
que toda política de colaboración de clases termina por inclinarse del lado de
la burguesía.
En
el texto original que explica el proyecto, aparecido en la revista
“Arquitectura y Decoración” No. 11, en septiembre de 1938, los
autores Alberto T. Arai, Raúl Cacho, Enrique Guerrero y Balbino Hernández, reconocen la importancia de los trabajos de vivienda que le
antecedieron, particularmente los de Juan Legarreta construidos en la colonia
Aarón Sáenz y en la Plutarco Elías Calles en 1934 ambas. Sin embargo, reconocen
“que no podrán nunca resolver totalmente el problema mientras imperen las bases
económicas del sistema capitalista”. Legarreta mismo lo había considerado así,
esto lo reconoce en la memoria descriptiva de su proyecto, cuando apenas
formaba parte del concurso de la casa obrera mínima en 1932, así lo manifiesta:
“Este proyecto no es más que una solución transitoria, mientras otros tiempos
suceden”. Qué otros tiempos, podría preguntarse el ingenuo lector; más adelante
se resolverá su duda.
El
proyecto comprende dos escalas: la urbana y la arquitectónica. En cuanto a la
urbana, los autores realizan una zonificación que comprende tres zonas:
1.
Industrial.
La ubican en la zona de San Juan de Aragón.
2.
Obrera
(habitacional). Comprende la zona de Vallejo hasta Azcapotzalco.
3. De
Cultivos. La zona limítrofe entre la alcaldía Azcapotzalco y Gustavo A. Madero
con Tlalnepantla.
Es
de interés que los autores hayan realizado análisis tan estricto de las actividades y los
horarios de todos los sectores que integrarían la ciudad obrera, para determinar
los flujos y el espacio requerido, las distancias y los recorridos.
1.
Centro
Cívico.
2.
Escuelas.
3.
Comedores
colectivos.
4.
Comercio
de productos agrícolas.
5.
Comercio
de productos elaborados.
6.
Terminales
de camiones.
Aquí
aparece un punto muy importante para la socialización del trabajo doméstico que
es la inclusión de comedores colectivos.
La
solución urbana es muy esquemática en este proyecto, lo único que se alcanza a
distinguir son las orientaciones de los solares en donde se desplantan los
edificios de viviendas, que corresponde a una orientación oriente-poniente. Al
interior de esta zona, la conectan tres tipos de vías de forma ortogonal: las
primarias cuya orientación es de oriente-poniente; las secundarias, que son
perpendiculares a éstas con orientación norte-sur; y las terciarias, que son
paralelas a las primarias. En general, las zonas públicas de gran escala, es
decir, la cívica, comercial, escolar y de servicios se ubican todas en un
extremo, mientras que la zona de transporte urbano se sitúa en el extremo
opuesto, quedando así la zona habitacional en medio.
La
zona de mayor interés y más trabajada es la habitacional. El
proyecto comprende edificios de 6 niveles con una planta baja libre. Es el
segundo proyecto multifamiliar en la historia de México, después de los que
proyectara Juan O´Gorman 6 años atrás para el concurso de la casa obrera mínima
organizado por el muestrario de la construcción moderna. Sin embargo, este proyecto resulta más radical porque responde a un
contexto (imaginario) de un estado obrero, cuyo régimen de propiedad es completamente distinto: colectivo. Por ello, la disposición de los espacios al interior de estos
edificios, refleja un momento transitorio para la desaparición de la
institución familiar. Esto es fácil de reconocer porque cada planta
arquitectónica está dividida de la siguiente manera: la zona de uso común, de
servicios y de circulaciones se ubica en el centro; la habitacional en un
extremo; y otra de dormitorios para niñas y niños por separado, que contiene una zona de vigilancia y control, la cual hay que cruzar para acceder
o salir de dichos dormitorios.
Las
habitaciones cuentan con una pequeña cocineta junto a la entrada, que por
su reducido tamaño sólo permite la preparación de alimentos no sofisticados,
quizá sólo para el desayuno y la cena, ya que no hay que olvidar, el proyecto
cuenta con comedores públicos. La estancia se ubica al fondo, y tiene la
cualidad de estar a doble altura, con ello, aunque el espacio sea pequeño, la
amplitud resalta. Las escaleras para subir al nivel superior se encuentran en
la misma estancia, por lo que el vacío puede ser visto desde las alturas. En el nivel
superior se ubica una habitación y un baño. El espacio es pequeño, pero si se
toma en cuenta que es para una pareja o para una sola persona, el espacio es
más que suficiente. En el caso de que fuera para una pareja con hijos, las
niñas y los niños duermen en otro espacio en el mismo edificio, bajo el cuidado
de profesionales. Diez y siete años antes, V. Diushen, un pedagogo soviético,
ya había realizado un proyecto a nivel urbano en el que promovía la
construcción de viviendas donde ubicaba a los niños en pequeñas colonias
dirigidas por “pedagogos especialmente calificados, y gobernadas por un soviet
compuesto de niños, profesores y personal técnico”. Este tipo de proyectos,
abrió una discusión que jamás se había dado en la historia moderna. No resulta
difícil imaginarse la riqueza de opiniones vertidas en esas discusiones, mismas
que no se han vuelto a dar. Alexander Goikhbarg, jurista autor del primer Código
Familiar del estado obrero ruso, tenía la opinión de que la educación de los
padres a los hijos fomentaba lo privado e irracional, y que esa educación
necesitaba ser sustituida a través de profesionales de la educación. Aleksándra
Kollontai, compartía esa misma opinión, decía que aunque los padres
conservarían lazos emocionales con sus hijos, la sociedad se debía encargar de
alimentarlos, criarlos y educarlos. A opinión de Zinaida Tettenborn, jurista
soviética, la crianza del estado lejos de separar a los padres de sus hijos,
permitiría que estuvieran más tiempo juntos porque sería un tiempo de calidad,
ya que se daría en un horario destinado a ello, sin ningún tipo de
distracciones; además, proponía un comité de crianza constituida por padres
(hombres y mujeres) y los propios niños.
Cada
edificio contaría con 30 habitaciones repartidas en seis niveles, aunque no
debe olvidarse que cada habitación es de dos niveles, de modo que dos pisos
equivalen a una vivienda. El total de camas en los dormitorios para niñas y niños
sería de 60, repartidas equitativamente por sexo en cada nivel. El proyecto en
general contaba con un área destinada para el desplante de estas viviendas, y
otra en espera de una ampliación cuando fuera necesario. En la misma revista donde
se publicó por primera vez este proyecto, hay un artículo que analiza las diferencias
entre la casa agrupada (en varios niveles) y la casa aislada (unifamiliar). Desde
los puntos de vista financiero, constructivo, administrativo, técnico,
urbanístico y social, el articulista demostraba lo conveniente que era optar
por un programa estatal de viviendas agrupadas; sin embargo, la realidad del
país era otra por el atraso industrial resultado de siglos de dominio colonial.
Tuvieron que pasar 9 años más para empezar a construir el primer conjunto
multifamiliar en México, el Conjunto Urbano Miguel Alemán. Con la
implementación de las recomendaciones económicas de la CEPAL (Comisión Económica para
América Latina) a partir de los años cuarenta, periodo conocido como el del “Estado
Benefactor”, se construyeron más conjuntos multifamiliares, sin embargo, siempre
fueron insuficientes. Al final, ese sueño de que las condiciones materiales en
el país cambiarían con la sustitución de importaciones, mostró su fracaso ante
la débil y dependiente burguesía nacional. En los terrenos de la arquitectura y
el urbanismo, este fracaso dio origen a grandes asentamientos irregulares, cuyas
deplorables condiciones de vida evidenciaron las brechas sociales y
la incapacidad del estado para resolver las demandas democráticas más elementales.
Si
se compara con el extinto estado obrero deformado de la U.R.S.S., la situación
resulta muy distinta. Al tener el suelo un régimen de propiedad colectivo, el costo
de la vivienda no se veía afectado por el valor del suelo, ello mismo promovió
construcciones verticales que ocuparan menos metros cuadrados, ya que el suelo
carecía de valor de cambio, por lo que las personas ya no aspiraban a la adquisición de un terreno. Al separar el valor del suelo con la vivienda, el suelo se liberó
de los lineamientos de un mercado y se destinó a lo público. Si se observa desde
la plataforma GoogleEarth o Maps cualquier ciudad perteneciente a este estado
obrero deformado, se podrán observar fácilmente las virtudes de un régimen de
propiedad colectivo en el campo del urbanismo, pues las áreas verdes son bastantes y de gran tamaño. A pesar de la deformación burocrática en la U.R.S.S. y el
retroceso que tuvo al renunciar a la revolución mundial, muchos logros
obtenidos con la revolución obrera se mantuvieron, a pesar de la burocracia
misma. Al final, sin embargo, se cumplieron las predicciones que hiciera Trotsky
acerca de la falsedad de la construcción del socialismo en un solo país, y la
burocracia le abrió las puertas a la contrarrevolución.
Actualmente el 70% de la vivienda construida en México es informal. Esta situación se comparte en toda América Latina. No ha habido en la historia algún cambio de rumbo, todas las políticas económicas han fracasado. Esto se debe a que la dependencia económica de estos países con respecto al imperialismo, impiden cualquier tipo de independencia económica en el marco del capitalismo, y éste no puede ni podrá ser reformado. Con la llegada del Covid 19, ha surgido la legítima preocupación de urbanistas y arquitectos por querer mejorar las condiciones de higiene de las grandes ciudades. Sin embargo, lo que ha demostrado el capitalismo es que todo plan urbano sede a la especulación inmobiliaria, al valor del suelo. La revolución bolchevique demostró que un país atrasado industrialmente puede llevar a cabo las tareas democráticas que el capitalismo no pudo resolver, como lo es la cuestión de la vivienda. Hablar de arquitectura no es sólo hablar de espacios, su aplicación conlleva siempre una reproducción de las relaciones sociales, de modo que si se quiere cambiar la arquitectura hace plantear la necesidad de cambiar las condiciones materiales de vida en general. Juan Legarreta decía que mientras otros tiempos suceden, todo proyecto será una solución transitoria, ¿queremos la misma arquitectura?
Actualmente el 70% de la vivienda construida en México es informal. Esta situación se comparte en toda América Latina. No ha habido en la historia algún cambio de rumbo, todas las políticas económicas han fracasado. Esto se debe a que la dependencia económica de estos países con respecto al imperialismo, impiden cualquier tipo de independencia económica en el marco del capitalismo, y éste no puede ni podrá ser reformado. Con la llegada del Covid 19, ha surgido la legítima preocupación de urbanistas y arquitectos por querer mejorar las condiciones de higiene de las grandes ciudades. Sin embargo, lo que ha demostrado el capitalismo es que todo plan urbano sede a la especulación inmobiliaria, al valor del suelo. La revolución bolchevique demostró que un país atrasado industrialmente puede llevar a cabo las tareas democráticas que el capitalismo no pudo resolver, como lo es la cuestión de la vivienda. Hablar de arquitectura no es sólo hablar de espacios, su aplicación conlleva siempre una reproducción de las relaciones sociales, de modo que si se quiere cambiar la arquitectura hace plantear la necesidad de cambiar las condiciones materiales de vida en general. Juan Legarreta decía que mientras otros tiempos suceden, todo proyecto será una solución transitoria, ¿queremos la misma arquitectura?
Bibliografía:
Engels,
Federico, El origen de la familia, la propiedad privada y el estado,
Fundación Federico Engels, Madrid, 2006.
Goldman,
Wendy Z., La mujer, el estado y la revolución, Ediciones IPS, Buenos
Aires, 1993.
Granados
Roldán, Luz María, Juan Legarreta. Un arquitecto radical, Tesis de
licenciatura en arquitectura, México, Universidad Iberoamericana, 1987.
Márquez
Soriano, Jesús Nazaret, “La Unión de Arquitectos Socialistas y su Proyecto de Ciudad
Obrera (1938)”, Aacademia XXI, segunda época, año 10, núm. 20, México, UNAM
diciembre 2019.
Muy buen texto, camarada
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