Comienza
la tarde de un domingo 23 de abril de 1916 en Barcelona. Pronto dará comienzo
en el Iris-Park, en la recién ampliada plaza de toros rebautizada como “La
monumental”, un evento altamente promocionado. En toda la ciudad se pueden ver
carteles que dicen: “Por primera vez en España tendrá lugar la presentación del
famoso campeón del mundo Jack Johnson que combatirá contra el campeón europeo
Arthur Cravan para disputarse una bolsa de 50000 pesetas para el vencedor”, “¡Todo
Barcelona podrá admirar el Jack Johnson de todos los tiempos!”. A pesar de todo
ello, el recinto diseñado para tener un aforo de 24,000 personas, apenas y
llega a las 5000; peor aún, Félix Suárez Inclán, gobernador civil de Barcelona
ha dado la orden de suspender el espectáculo “en cuanto hubiese la menor
efusión de sangre”. Habrá que recordar que para esos años el box no es bien
visto en España, paradójicamente, el toreo sí. Aún así, la fiesta pugilística da
comienzo ante una fría plaza con solo el 20% de las entradas vendidas.
Cartel que anuncia la pelea Johnson-Cravan. Abril de 1916.
Antes
de esa pelea, se llevan a cabo otras cinco, de modo que el esperado combate comienza
al caer la tarde. Jack Johnson se presenta con unos calzoncillos oscuros
mientras que Cravan con unos blancos. La seguridad del boxeador afroamericano
se puede ver desde lejos, lo contrario sucede con el rostro y el caminar de Cravan, anuncian
un mal augurio; hay quienes especulan sobre una posible embriaguez del “campeón
europeo”. En honor a la verdad, habrá qué decir que ese mote le queda grande y
es falaz, ya que si bien Cravan ha llegado a ser campeón de su peso en Francia,
jamás lo ha hecho a nivel mundial.
Por
fin suena la campana que anuncia el inicio de la pelea. Los dos titanes del
ring intercambian miradas en medio del cuadrilátero, Jack Johnson tira varios
golpes certeros sobre el cuerpo de su oponente, mientras éste intenta
defenderse inútilmente. Cuando Cravan cae al piso en el primer asalto, la gente
comienza a molestarse, todo pareciera un show cómico en vez de una pelea de
calidad. En las fotografías del evento se puede ver el rostro sonriente de
Johnson mientras que el europeo se nota preocupado, aturdido. En el sexto
round, el norteamericano da un golpe con su brazo derecho que manda a la lona a
Cravan. Así termina la pelea, cada asalto duró tres minutos. La gente reclama agitada y ante el miedo de que
todo se salga de control, Jack Johnson acepta continuar la pelea con dos
púgiles que piden enfrentarse al campeón, gracias a ello, se evita una
desgracia y la policía que anda atenta al evento, se retira.
Fotografía de la pelea Johnson-Cravan. Abril de 1916.
Fotografía de la pelea Johnson-Cravan. Abril de 1916.
Sobre
Jack Johnson se pueden decir muchas cosas, y merece un espacio aparte; sin
embargo, me gustaría apuntar algunas cosas de importancia. Fue el primer
campeón mundial de peso pesado negro en el mundo. Su situación racial
le hizo enfrentarse al racismo en todos los niveles, desde la vida cotidiana
hasta directamente con el gobierno. Acusado de haber cruzado un estado de la
Unión Americana con una mujer blanca con fines “inmorales”, se ganó una pena de
un año de cárcel, razón por la que huyó del país y se dirigió a Europa. Sin
pruebas de ello, se dice que en París conoció a Cravan, razón que ha generado
suspicacias en torno a esta pelea. Fue tan singular la vida de este peleador,
que el propio Miles Davis le dedicó un disco en 1971 y paradójicamente el
presidente Donald Trump le otorgó el “perdón presidencial póstumo” en mayo del
2018, por ese absurdo delito de cruzar un estado con una mujer blanca, quien
por cierto, era su novia.
Arthur
Cravan también huía, en este caso de la guerra. Su plan era tomar un barco en
España y dirigirse a América; mientras tanto, se las ingenió para ganarse la
vida dando clases de boxeo en el Real
Club Marítimo de Barcelona. Su actividad boxística difuminó los límites de
lo deportivo para entrar a lo artístico, no precisamente por las cualidades
estéticas del propio deporte, sino porque la singular y polifacética
personalidad de Cravan, le imprimió otros significados, al grado que se le ha otorgado
el mote de “iniciador del performance y
el happening”. No resulta extraño que
ahí mismo en Barcelona, bajo la dirección de Francis Picabia, Cravan colaborara
en la publicación del primer número de la revista dadaísta 391.
Primer número de la revista dadaísta 391.
Se
podría decir someramente, que Arthur Cravan se aprovechó de la fama de quien
fuera su tío político: Oscar Wilde, y sin lugar a dudas pudo haber ocurrido,
puesto que siempre lo recordaba; sin embargo, su personalidad le hizo
independizarse y ganarse por sí mismo el merito histórico de ser una de las
personas más influyentes del arte de las vanguardias en el siglo XX, aún cuando
su obra es por demás escasa. Arthur por Rimbaud y Cravan por el pequeño poblado
en donde vivió su primer amor, en realidad se llamaba Fabian Avenarius Lloyd.
Su padre era hermano de Constanza, esposa de Oscar Wilde. A partir de 1909
radica en París, donde frecuenta los círculos artísticos de la vanguardia en
ciernes. En 1912 publica una revista literaria llamada Maintenant, la que él mismo vendía en un carrito que empujaba por
las calles parisinas. La actividad principal de esta revista fue la crítica de
arte, cosa que Cravan lo hacía implacablemente, muchas veces motivado solamente
por la polémica, más allá de la razón. Con ello ganó el efímero desprecio de
artistas como Guillaume Apolinaire, quien en una ocasión lo retó a duelo por
haber criticado ferozmente a su esposa la pintora Marie Laurecin. En esa
revista, el boxeador escribió también alrededor de una docena de poemas que en
palabras de R. Balius i Juli, eran “mal construidos y poco originales”. Aún
así, se ganó el mote de “Poeta”, el “poeta-boxeador”.
Llega
a España en diciembre de 1915 y después de aquella “estafa”, como nombraron los
asistentes a la pelea con Jack Johnson o “performance” como nombraran otros
años después a este evento, y ante la
inminente amenaza de la extensión de la guerra, Cravan decide que es tiempo de
dejar el viejo continente. En diciembre de 1916 se dirige a Cádiz y compra a la
Compañía Trasatlántica Española un boleto para Nueva York.
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Es
diciembre de 1916, y en Cádiz se preparan las fiestas de Navidad. Lev
Davídovich Bronstein, mejor conocido como León Trotsky es forzado a tomar un
barco a La Habana, Cuba. Él se resiste, quiere ganar tiempo, existe la
posibilidad de que le den asilo en Suiza o Italia. Mediante cartas a diestra y
siniestra logra que le concedan más tiempo, pero con una severa condición: que
tome el siguiente barco para Nueva York. Su familia le ha telegrafiado, llegará
a Barcelona en unos días. “¿Y si mejor los alcanzo en Barcelona y de ahí
tomamos juntos la embarcación?”, pensó, por lo que mediante una serie de engorrosos
trámites burocráticos y entrevistas personales con varios agentes de policía,
le permiten dirigirse a esta ciudad portuaria. La ruta tomada fue
Madrid-Zaragoza-Barcelona.
Fotografía de León Trotsky en 1917.
Es
el día 22 de diciembre, Trotsky llega a Barcelona. Se asombra de la manera en
que la modernidad ha reconfigurado a una ciudad industrial. Camina por las
calles observando su arquitectura, seguramente pasa frente a la Casa Batló, Milá
y quizá visita la colonia industrial Güell, diseñadas por Antonio Gaudí. Esas relaciones
contradictorias entre lo moderno, lo tradicional y lo industrial le hacen
reflexionar a Trotsky y escribe en su libreta: “Cataluña ha conservado hasta
hoy sus tendencias separatistas. Tradiciones históricas difíciles de borrar, y
no simplemente a consecuencia de una mentalidad conservadora, sino porque, conservando su forma habitual renuevan
imperceptiblemente su contenido”.
Un
par de días después llega su esposa Natalia Sedova y sus hijos Sergei y Lev de
ocho y diez años respectivamente. Los niños, acostumbrados al frío gris, saltan
contentos por las calles y se pasan todo el día comiendo fruta mientras las
olas del mar rompen a lo lejos.
Es
25 de diciembre, ha llegado la hora de abordar el "Montserrat", buque trasatlántico que los
llevará a Nueva York. Trotsky dirá: “El Monserrat era un barco medio desmantelado,
en el que resultaba temerario cruzar el Océano. Pero el navegar bajo el
pabellón neutral de España, en aquellos tiempos de guerra, reducía los peligros
de morir ahogado. Y la Compañía española se aprovechaba de esto para cobrar una
enormidad de dinero por el pasaje, instalando míseramente a los pasajeros, y
dándoles un trato peor todavía.” El buque parte de Barcelona, y va parando en
cada puerto, donde por cierto, la policía le hace una estricta revisión a
nuestro personaje. Valencia, Málaga, y la última noche de 1916, el barco se
detiene frente a Gibraltar. Los pasajeros es abrazan los unos a los otros, es
año nuevo. Horas después, el Montserrat hará la última escala en Europa: Cádiz.
Fotografía del buque trasatlántico "Montserrat".
Se
le es permitido a Trotsky bajar de la embarcación y aprovecha para dar el
último paseo junto con su familia. Pasan por la calle del Duque de Tetuán y sus
ventanas blancas mostrando la desnudez de las habitaciones; la soberbia de la
estatua de Moret viendo el horizonte marítimo se hace presente en el paseo.
Entran por un momento a la biblioteca y Trotsky les dirá a sus hijos: “guarden
silencio, escuchen cómo trabaja la polilla…”. La nostalgia acompaña a la
familia de regreso al barco, ahí duermen su última noche en el viejo
continente.
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Es
la mañana del 2 de enero de 1917. La tripulación del Montserrat se prepara para
partir. Llegan pequeñas embarcaciones con el último grupo de pasajeros. De
entre ellos, “un inglés gigante, ancho de hombros y de semblante joven y
bastante agradable. Anda –tambaléase- en enormes zapatillas. Desvívense por él
dos admiradores […]”. Es Arthur Cravan abordando el barco, a sus veintinueve años ya
tiene la personalidad para deslumbrar a un hombre de treinta y ocho como
Trotsky.
Estos
dos personajes entablan buena relación a bordo del barco. En sus memorias, León
Trotsky escribe: “Veo por primera vez a este hombre alegre y jovial, embutido
en estrecho uniforme, que pone de relieve las redondeces del cuerpo, con un
gorrito morado, inclinado sobre la cara mofletuda y afeitada, con el pitillo en
los labios y las manos en los bolsillos […]”. La imagen que ofrece Trotsky es
la misma que se puede ver en una de las fotografías más famosas de este
personaje, en donde Cravan aparece con un sombrero y mira retadoramente a la
cámara mientras cubre la enormidad de su cuerpo con un abrigo de piel.
Fotografía de Arthur Cravan.
El
viaje trasatlántico a bordo del Montserrat durará alrededor de quince días.
Mientras tanto, los pasajeros se van conociendo. Una de esas noches, Cravan le
confesará a Trotsky: “me resulta más agradable ir a hundirles las quijadas a
los caballeros yanquis en el noble sport boxeístico, que dejarme traspasar la
costillas por cualquier alemán desconocido”. Es evidente que la guerra se ha
vuelto un asunto de preocupación mundial, y el barco está repleto de desertores
de varios países, además de aventureros y especuladores arrojados de Europa.
Rápidamente
Trotsky comienza a vislumbrar en Cravan una peculiar inteligencia: “Propaga
ideas Nietzcheanas […] Hace observaciones que no están fuera de lugar.” Se da
cuenta que ese atleta sabe inglés, francés, alemán, italiano, griego antiguo y
hasta declara “¡y cómo lo sabe!-. Está estudiando español y se ocupa de música”.
Esa cualidad políglota de Cravan forma parte de su polifacética personalidad,
múltiple; misma que refleja en las siguientes palabras:
“Quisiera
estar en Viena y en Calcuta,
Tomar
todos los trenes y todos los barcos,
Fornicar
con todas las mujeres y devorar
Todos
los platos.
Mundano,
químico, puta, borracho,
Músico,
obrero, pintor, acróbata actor;
Viejo,
niño, estafador, pillo, ángel y
Fiestero;
millonario burgués, cactus,
Jirafa
o cuervo;
Cobarde,
héroe, negro, simio, Don Juan,
Padrote,
lord, campesino, cazador,
Industrial,
Flora
y Fauna:
¡Soy
todas la cosas, todos los hombres y
Todos
los animales!”
Los
días y las noches en altamar han sido tranquilos. Los hijos de Trotsky corren a
lo largo y ancho del trasatlántico: “El barco, abarrotado de pasajeros, abre a
los pequeños un extraordinario campo de observaciones. Me hacen copartícipe de
sus impresiones, varias veces al día, y con frecuencia me admiran sus ideas y
su lenguaje.”
En
cuanto se acercan a América, Trotsky recordará: “Cuando hubimos pasado Terra
Nova el tiempo cambió de repente: viento, después lluvia. El barco empezó a
cabecear y a balancearse en serio y alguien faltó a la comida. Luego la cosa se
puso peor. El Montserrat cruje, bucea y traga agua. En cubierta algunos
solitarios. El boxeador se balancea, haciendo aforismos geniales:
-
¿Qué es el océano? Un vacío esférico, lleno de agua salada, embravecida… Un
poeta francés llamaba al mar “viejo solterón”. ¡Sea; pero lo cierto es que
impone, marea y hace vomitar!”. Seguramente Trotsky ríe a carcajadas, mientras Cravan se queja y reflexiona en su embriaguez de alcohol y marejadas.
Son
las tres de la mañana del domingo 13 de enero. Trotsky recuerda: “Entramos en
Nueva York. Dan las tres de la madrugada. Nos levantamos. Está obscuro. Frío,
viento, lluvia. Atraca un vaporcito postal al nuestro. Se rompen las amarras y
por poco no se deshace contra el Montserrat. Gritos. Amanece. En el puerto,
holgado durante la guerra, hay aún muchos navíos. Cielo gris sobre el agua
verde-gris. Gotas de lluvia. El barco se pone de nuevo en movimiento. Orillas
veladas por la niebla. Arboledas de invierno. Edificios de puerto. Todo predice
la gigantesca mole que por ahora se oculta aún en el amanecer brumoso.” Por su
parte, desde algún lugar del barco, Arthur Cravan divisa el nuevo horizonte y
piensa:
“El
ritmo del océano mece los trasatlánticos
Y
en el aire los gases bailan como trompos,
[…]
Avanzan
como osos, los Atléticos marineros.
¡Nueva
York!, ¡Nueva York! ¡Quisiera habitarte!”
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No
sólo coinciden estos dos personajes en su travesía en altamar, sus vidas aunque
distantes entre sí, presentan algunos parecidos. En Nueva York, cada uno se
dedica a dar conferencias y a escribir. Trotsky se integró al equipo de
emigrados rusos que publicaba el diario
Novy Mir (Nuevo Mundo), al cual pertenecían los bolcheviques Nicolái Bujarin,
Aleksandra Kolontái y V. Volodarsky. Asombrado por esa “prosaica capital del
automatismo capitalista”, Trotsky alquiló una habitación en el Bronx: “El cuarto nos costaba diez y
ocho dólares al mes y tenía una serie de comodidades inconcebibles para un
europeo: luz eléctrica, cocina de gas, cuarto de baño, teléfono, montacargas
automático para los víveres y otro para bajar el cubo de la basura. Todo esto
conquistó en seguida para Nueva York la simpatía de nuestros muchachos. Durante
algún tiempo, el teléfono fue el centro de su actividad. Ni en Viena ni en
París habíamos tenido en casa este artefacto guerrero.”
Por
su parte, Cravan continuó escribiendo y dando conferencias; se dice que en una de ellas, disparó al aire para “sacar a la
concurrencia de su cómodo tedio natural”. En una ocasión, invitado por Francis
Picabia y Marcel Duchamp para disertar en el Salón de los Independientes en
Nueva York, Cravan dio una conferencia en la que destaca su dote “performancero”:
mientras hablaba, de pronto comenzó a moverse bailando lentamente hasta que todo
se convirtió en un ralo striptease. Todo ello provocó un escándalo entre los
asistentes y tuvieron que interrumpir el evento.
Si
bien, a Trotsky se le conocía por su seriedad, no por ello surgirían varias
especulaciones acerca de su actividad en los dos meses que estuvo en Nueva
York. Se hablaba de que había sido sastre, lavaplatos en un restaurante, y la
más peculiar de estas historias, fue la que se publicó en el New York Herald Tribune algunos años después,
en ella se afirmaba que Trotsky había fungido como “jefe de estación” en una
película titulada “Mi esposa oficial”, el autor de este texto dice que como
actor era un fiasco: sin personalidad ni sex
appeal.
Al
entrar Estados Unidos a la guerra, Arthur Cravan decidió continuar su viaje
hacia la nada y se dirige a México en 1918, en pleno movimiento revolucionario.
Se instala en la Ciudad de México, en manos de los carrancistas y renta una
habitación del Hotel Juárez sobre la calle de Tacuba. También se asocia con
Enrique Ugartechea, a quien se le reconoce como el inventor de la lucha libre,
dueño además, de la “Escuela de Cultura Física”. Mina Loy, otro personaje que
merece un espacio propio, alcanza a Cravan ya embarazada de éste. Aquí se da
cuenta que tanto el movimiento armado, así como la vida llena de deudas por
parte de Cravan no le garantizan la tranquilidad necesaria como para dar a luz
y decide partir a Buenos Aires, en donde Cravan la alcanzaría después de haber
pagado sus deudas en México. El desenlace de esta historia es por demás
conocida. Arhur Cravan, el poeta-boxeador se dirige a Veracruz, ahí roba una pequeña
embarcación y parte a altamar con la loca idea de llegar a Buenos Aires. Enrique
Vila-Matas dice que “su mejor obra fue desaparecer, sin dejar huella alguna, en
aguas de México”.
Por
otro lado, León Trotsky regresa a Rusia en plena efervescencia revolucionaria y
ahí protagonizará la revolución más importante del siglo XX, y la defensa de
ésta como jefe del ejército rojo. Con la muerte de Lenin, y la degeneración burocrática del joven estado obrero, el poder recae en manos de Stalin. Hubo una férrea lucha contra ello; sin embargo, las purgas orquestadas por Stalin debilitaron a la fracción de oposición de izquierda que lideraba Trotsky. Finalmente en 1929 es
expulsado de la Unión Soviética. A partir de entonces emprendió un largo exilio
que lo llevó por Asia, Europa y América. No ha habido personaje que haya
sufrido destierro semejante como este hombre, a quien se le vio como una amenaza
por sus ideas revolucionarias. Stalin hizo todo lo posible para acabar con este
revolucionario, matando y obligando al suicidio a toda su estirpe. ¿Qué consecuencias
anímicas podría traer esto a Trotsky y a su esposa Nathalia?
Gracias a que intercede ante el gobierno, la antropóloga
e historiadora Anita Brenner entre otros artistas e intelectuales, León Trotsky es aceptado en México en 1937, después de que muchos países le negaron la entrada. Tres años después y
con el antecedente de tentativa de homicidio por parte de Siqueiros, Trotsky
fue asesinado en su casa de Coyoacán al enterrarle un piolet en la cabeza, Ramón
Mercader, partidario de Stalin. De esta manera se daría fin a la vida del
Profeta armado, desarmado y desterrado… y porqué no, “deslenguado” como
tiernamente lo apodaba Carlos González Lobo, el arquitecto.
Tanto
Cravan como Trotsky tuvieron el desenlace de sus vidas en México. El primero formó parte de
la revolución del arte en el siglo XX; el segundo, de la revolución social con
mayor impacto en la historia del mismo siglo. Arte y revolución no están
peleados, aunque a veces sus caminos parezcan distantes. Alguna vez Trotsky
comentó que Cravan “había nacido para luchar en la arena de los circos; pero no
en los campos de batalla”, he aquí el epitafio para este escrito.
Siempre las manifestaciones culturales entre ellas el arte responden a los movimientos sociales del momento, ya que la cultura es la que nos identifica como grupo social para darnos un sentido de pertenencia a algo y este siempre se ubica geográficamente y temporalmente así que si hay revolución social desde luego hay revolución cultural.
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