Elucubraciones de un arquitecto amargado


¿Hay qué ser un amargado y muy intenso para pensarlo? – me pregunto mientras camino solitariamente por las calles de la colonia Tabacalera. Me gusta caminar la ciudad, reconocerla a través de su arquitectura, y aprender de ella. A veces ocurre que todo el entusiasmo y amor que absorben mis ojos es quebrantado y sustituido por un encono profundo contra los arquitectos y las escuelas donde son educados. ¿Es de arquitectos amargados e intensos?- me vuelvo a preguntar.
La colonia Tabacalera se erigió sobre uno de los terrenos del artero especulador inmobiliario Francisco Somera (Morales, 1987). Si bien, vendió el terreno a otros especuladores, a él le tocó la astucia y el olfato de comprar esos terrenos justo junto al Paseo Degollado (antes de la Emperatriz y actualmente Paseo de la Reforma). La zona sur-poniente de esta colonia fue la que se urbanizó primero entre finales del siglo XIX y principios del XX (sin olvidar que el Palacio del Conde de Buenavista se situó al norte desde finales del siglo XVIII); el edificio que más llama la atención durante esos años es la casa de Guillermo Landa y Escandón, construida entre 1903 y 1906, la cual aunque modificada, aún se encuentra de pie en la esquina de las calles Antonio Caso (antes calle Artes) y Vallarta.


Plano de la Ciudad de México en 1906. Detalle de la Colonia Tabacalera.


La colonia tuvo un crecimiento tortuoso y muy lento hasta la tercera década del siglo XX; ello auspiciado por diversas circunstancias, entre las que resaltan los trabajos de remodelación y mantenimiento de la avenida Reforma, así como por la construcción de edificios emblemáticos y modernos como el Frontón México (1929) y “El Moro” (1932-1942; hoy Lotería Nacional); así como por el reciclaje de la estructura de lo que sería el palacio legislativo para convertirse en el “Monumento a la Revolución” (1933). A partir de esos años, la zona norte de esta colonia tuvo un crecimiento vertiginoso. A pesar de haber sido consecuencia de la especulación inmobiliaria, la arquitectura realizada en este lugar por esos años, es un buen referente de la modernidad a escala doméstica y media. Si bien, no lo he corroborado, algunos portales de internet dan por hecho de que la casa con el número 132 de la calle Ignacio Mariscal, que actualmente es la “Casa de los amigos” y que anteriormente había sido el estudio de José Clemente Orozco, fue diseñada por Luis Barragán.


Ignacio Mariscal 132, antiguo estudio del pintor José Clemente Orozco.
Se dice que es obra de Luis Barragán. Fotografía: Israel Meneses Vélez.

Edificio en la calle Ezequiel Montes. Fotografía: Israel Meneses Vélez.

Edificio en la calle Ignacio Mariscal. Fotografía: Israel Meneses Vélez.

Edificio en la esquina de la calle Ezequiel Montes y De la República. Fotografía: Israel Meneses Vélez.

Casa en la calle José María Iglesias. Fotografía: Israel Meneses Vélez.

Casa en la calle Ezequiel Montes. Fotografía: Israel Meneses Vélez.


En la actualidad es la zona norte de la Tabacalera, la que más se ha deteriorado por diversos fenómenos urbanos. Caminar por estas calles enfrenta a uno mismo a sensaciones agridulces al ver el abandono y descuido de algunas viviendas y edificios de departamentos; sin embargo, si se tiene la imaginación suficiente, se puede ver todavía, más allá de los cristales rotos y las marquesinas y repisones carcomidos por el tiempo, los vestigios de la primera modernidad en México, misma que culmina con la construcción de Ciudad Universitaria entre 1947 y 1953, en donde tal y como lo sugiere el doctor Ramón Vargas, con su construcción se gesta la nueva “escuela mexicana de arquitectura” (González, 2013: 88).
Camino por la calle José María Iglesias, cuya tradición culinaria comienza a construirse a través de sus fondas, y observo los edificios a mi alrededor. Veo un consultorio dental que le da vida a una vieja vivienda moderna que da la apariencia de caer en cualquier momento; un nuevo y horrendo edificio de departamentos construido por el INVI; después, otro edificio viejo, pero con una fachada que dignifica su temporalidad. Mientras continúo deslumbrándome y sufriendo encono a la vez, llego a la esquina de Ignacio Mariscal y me detengo por un momento. Dirijo la vista en los edificios de cada esquina y reconozco la forma en que cada arquitecto se esmeró en diseñar un espacio que no sólo brindara habitabilidad al interior, sino también una fachada que aportara elementos a la cultura arquitectónica de la ciudad. Son tres los edificios a los que me refiero.
El primero remata la esquina en su parte superior, con una terraza que se distingue por sus pérgolas que surgen del mismo vértice. Este edificio se ha modificado poco, pero sustancialmente al serle retirados los balcones sobre la calle José María Iglesias.


Edificio de departamentos en la esquina de José María Iglesias e Ignacio Mariscal.
Fotografía: Israel Meneses Vélez.

Fotografía de la época del edificio de departamentos en la esquina de José María Iglesias e Ignacio Mariscal.
Fotografía: Ramos.

El segundo edificio se distingue por unos estrechos balcones que doblan en la esquina y permiten suponer una extraordinaria vista al exterior.

Edificio de departamentos en la esquina de José María Iglesias e Ignacio Mariscal.
Fotografía: Israel Meneses Vélez.

 El tercer edificio tiene un detalle que me recuerda a la primera vivienda obrera moderna construida en la Ciudad de México, obra de Juan Legarreta. Éste es el que corresponde a la ventana en la parte superior de la esquina, ya que dobla hacia las dos fachadas opuestas, permitiendo que la esquina se sienta ligera por la aparente ausencia de columnas en el vértice de las caras de la fachada. Este detalle no se repite en los niveles inferiores, tanto en la vivienda de Legarreta como en este edificio. 

Edificio de departamentos en la esquina de José María Iglesias e Ignacio Mariscal.
Fotografía: Israel Meneses Vélez.

He aquí cuando aparece el encono. En la cuarta esquina, un adefesio roba la mirada de quien pasa por ahí, no por sus cualidades arquitectónicas, sino por el uso de un panel de aluminio (alucobond) groseramente brilloso, así como sus ventanas de vidrio tipo espejo. La fachada de este edificio es producto de una remodelación reciente. Me pregunto, ¿qué pasaba por la mente del arquitecto que ideó esto? Aunque más bien, no creo que haya pasado nada por su mente, nada de la historia, nada de sus clases en la universidad, nada de nada. Estoy seguro que si un alumno presentara un proyecto semejante, sería inmediatamente reprobado y con justa razón. Quizá soy muy severo en mi crítica, y no sea “responsabilidad” del arquitecto, sino del cliente: Grupo Torre Médica. Toda esta irritación me hace recordar un extraño episodio en la historia de la ciudad. 

Hospital en la esquina de José María Iglesias e Ignacio Mariscal.
Fotografía: Israel Meneses Vélez.

Hospital en la esquina de José María Iglesias e Ignacio Mariscal.
Fotografía: Israel Meneses Vélez.

En enero de 1933, el “Diario Oficial” publicó la “Ley de Planificación y Zonificación del Distrito Federal y Territorios de la Baja California” (Contreras, 2003: 91), ambicioso proyecto que desarrollara el arquitecto y primer gran urbanista mexicano, Carlos Contreras. Esta ley fue fruto de muchos años de esfuerzo no tan sólo por parte de Carlos Contreras, sino de más personas especialistas en diversas ramas que integran el vasto campo del conocimiento urbano y paisajístico. Con ella se reconocía la urgencia de planificar el desarrollo urbano tomando en cuenta factores económicos, sociales, culturales, sanitarios, estéticos, etc. En el capítulo VII de esa ley,  se habla de la creación del Consejo de Arquitectura del Distrito Federal. Dicho Consejo tenía la facultad de estudiar y calificar desde una perspectiva estética “todo proyecto de construcción de edificios, puentes, monumentos, parques y demás que tengan interés estético para el Distrito Federal, ya sea público o privado y que haya sido aprobado por las autoridades sanitarias y de construcciones […]” (Planificación, 1933: 20). El Consejo estaría integrado por tres arquitectos que durarían seis meses en ese cargo cada uno, dando un total de 18 meses cada terna, la cual a su vez la escogería el presidente de la república de una lista presentada por las asociaciones de arquitectos del Distrito Federal. Lo anterior resulta muy contradictorio, porque si bien, el puesto sería rotativo evitando así algún tipo de corrupción y burocratización, también resulta impositivo al ser elegidos por el presidente.
Este Consejo publicaría anualmente “una lista de los proyectos aprobados por él, durante el año anterior, y [mandaría] reproducir para su publicación los tres mejores proyectos” (Planificación, 1933: 21). Qué mejor estímulo para los arquitectos de la época; sin embargo, la formación de este Consejo también supuso una imposición más por parte de los gobiernos del Maximato (1928-1934). El ingeniero Raúl Castro Padilla lo expresó de la siguiente manera en las famosas Pláticas sobre Arquitectura de 1933: “Se creó el Consejo de Arquitectura precisamente teniendo por mira el buen ver de la ciudad y el ornato de la vía pública, más él, como autoridad, se torna en imposicionista de una tendencia, y utiliza la fuerza del Estado para satisfacer su estética personalista. ¿Imaginan ustedes que será de esta muy leal Ciudad de México cuando el Consejo se integre con los señores Aburto, O’Gorman y Legarreta?” (SAM, 1934: 31). Resulta irónico que efectivamente, se haya elegido a Juan Legarreta como miembro del Consejo de Arquitectura. Habría que recordar que Legarreta fue junto con O’Gorman, uno de los arquitectos más radicales en aquella época, “Cabeza de las izquierdas en nuestro medio arquitectónico” lo llamaría tras su muerte el arquitecto Carlos Obregón Santacilia (Obregón, 1934: 15).
Seguro estoy de que este adefesio constructivo cuyo letrero dice “Grupo Torre Médica”, no hubiera sido aprobado por el Consejo de Arquitectura. Es más, creo firmemente que cada colonia debería tener un Consejo de semejantes características, sólo que conformado por representantes de la sociedad civil, como vecinos, además de arquitectos, historiadores, paisajistas, urbanistas, antropólogos, artistas e interesados en el tema, cuyo ideal sea la búsqueda de una cultura arquitectónica urbana en contra de la especulación. Sin embargo, eso da paso a un análisis superior que en este pequeño espacio no compete.
Me relajo un poco y culmino mi lucubración preguntándome: “¿Hay qué ser un amargado y muy intenso para pensarlo?”



Bibliografía

Contreras, Carlos, en: Planificación y Urbanismo visionarios de Carlos Contreras escritos de 1925 a 1928, UNAM-UAM-UASLP, México, 2003.

González y Lobo, Carlos, Hacia una teoría del proyecto arquitectónico. Historia del proyecto en la arquitectura mexicana, Isthmus-UAM-UNAM-UACJ-UAEM, Ciudad Juárez, 2013.

Morales, María Dolores, en: Formación y desarrollo de la burguesía en México. Siglo XIX, Siglo Veintiuno Editores, México, 1987.

Obregón Santacilia, Carlos, en: “Revista El Arquitecto”, Número “In Memoriam”, Octubre, 1934.

“Planificación”, Revista de la Asociación para la Planificación de la República Mexicana, Tomo II, Número 1, Enero-Febrero-Marzo, 1933.

SAM (Sociedad de Arquitectos Mexicanos), Pláticas sobre Arquitectura, Sociedad de Arquitectos Mexicanos, México, 1933.


1 comentario:

  1. hola, un recorrido fantástico! cómo se te contacta, estoy en veporlatabacalera@gmail.com

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