Crónicas Industriales I





Aún no dan las 6 de la mañana, pero la oscuridad promete partir en cualquier momento. Los olores salen junto al vapor que emana de los puestos de comida que comienzan a poblar las banquetas. Por ahí camina la clase obrera, sus pasos rápidos e imparables recuerdan que por cada minuto tarde, su salario es mermado significativamente. “¡Prensa obrera!”, se escucha en una plaza afuera de la estación del metro. Detrás de aquella voz, pareciera resumirse una larga historia de lucha de clases. En algún momento, en cada salida del metro, las voces se multiplican: “¡sobre la farsa burguesa de la cuarta transformación! ¡Las trabajadoras de Yakima en Estados Unidos nos están dando una lección de lucha!”. De una de las calles que rodean la plaza, llega un trabajador de corta edad y con un cubreboca de calavera. Se sienta en una agrietada banca de concreto y descansa por un rato. Su mirada coincide por momentos con la de la persona que grita. Después de unos minutos pregunta: “¿me puedes mostrar uno?”, al recibir la prensa, sus ojos parecen abrirse aún más, “¿tienes otros?”, tiene hambre, otro tipo de hambre. “Trabajo en una fábrica de colchones, acabo de salir, trabajé toda la noche, ¿se ve en mis ojos?”. Tiene los ojos muy rojos. Poco a poco su confianza va cediendo. “La semana pasada un compañero se fue antes de terminar su turno, dicen que tenía Covid… no ha venido en toda la semana”. Después de aquella charla, se quedó un rato más leyendo en la banca. El sol comenzó a mostrar los detalles de los rostros que llegan y se van a la hora del cambio de turno; el rostro de los imprescindibles, de quienes algún día harán justicia.


















Vivienda, mujer y revolución




En el libro “El origen de la familia, la propiedad privada y el estado”, Federico Engels, hace un profundo análisis de la sociedad desde su origen y explica cómo es que el surgimiento de la propiedad privada está ligado con las formas en que un sector de la sociedad domina a otro, siendo estas formas siempre violentas, por lo cual debe recurrir a un destacamento de hombres armados que garanticen ese régimen de propiedad, a ello se le ha denominado Estado. La propiedad privada no sólo provocó el surgimiento de esta institución represiva, sino también otra más pequeña, pero igual de violenta: la familia. Es decir, para garantizar la continuidad de ese grupo dominante, fue necesario heredar la propiedad que lo fundamentaba, eso se hizo a través de una célula económica más pequeña, tomando el lazo sanguíneo como el medio de transmisión de esa propiedad. El rol de la mujer fue entonces el de la crianza de los herederos. La familia es pues, en esencia, un órgano de represión a la mujer. Si se continua el análisis de la sociedad desde una perspectiva marxista, se podrán vislumbrar las diversas formas que ha tenido esta institución en los distintos estadios históricos, los cuales se distinguen unos de otros por la forma en que la sociedad produce sus medios de subsistencia, a lo que Marx llamó como “modo de producción”, definiendo así el modo de producción esclavista, el feudalista, el capitalista y como último el socialista para llegar a una sociedad sin clases sociales, es decir sin Estado: el Comunismo.

Si bien, la familia en el capitalismo continua con el mismo papel de proteger y traspasar la propiedad privada de una generación a otra, la forma de asegurar que los herederos pertenecen a un linaje en particular se hizo imponiendo la monogamia a través de la institucionalización del matrimonio, con ello la mujer misma pasó a ser propiedad del hombre, y no sólo eso, sino que también se institucionalizó la “heterosexualidad”. Si bien, la mujer vive una opresión constante, en una sociedad dividida en clases sociales, una mujer trabajadora vive una doble opresión, si es indígena una triple, si es negra una más, inmigrante otra más y así se abre el abanico de opresiones que vive.  Al haberse institucionalizado la sexualidad, los gays, lesbianas, trans, etc, también viven diversas opresiones porque son en sí mismas antagónicas a la familia burguesa.

El espacio en donde se desarrolla la vida familiar es el doméstico. Ahí se obliga a la mujer a realizar las tareas que garanticen la continuidad de su papel de criar a los herederos de la propiedad privada. Con el trabajo doméstico se reduce a la mujer al estatus de esclava moderna. Al ser la familia el elemento base de opresión de la mujer, el marxismo revolucionario plantea la desaparición de dicha institución. Para ello, expone los elementos característicos de esta opresión: el matrimonio, el trabajo doméstico y la crianza de los hijos. Luchar contra ello plantea su antítesis: la unión libre, la socialización del trabajo doméstico, y la integración de la mujer a las tareas de la producción social y de la esfera pública, para que con ello salga del espacio doméstico y se libere de esas tareas que no le son naturales, sino impuestas desde el surgimiento de la propiedad privada. Trotsky declaraba al respecto que si las labores como el lavado las hiciera una lavandería pública, el de la alimentación fuera realizado por restaurantes públicos, etc., y así las labores domésticas se socializaran, “el lazo entre marido y mujer sería liberado de todo factor externo y accidental”. Despojando a la familia de sus funciones sociales dejaría de tener sentido su existencia y en su lugar quedarían individuos autónomos, libres e iguales para “elegir a sus compañeros sobre la base del amor y el respeto mutuo”.

Si en el capitalismo la existencia de la familia es crucial para su continuidad, en el socialismo es la extinción de la familia lo fundamental para la emancipación de mujeres y hombres en conjunto, y la extinción del estado, el grado superior que daría paso a un nuevo episodio histórico: el comunismo. Se entiende entonces que el modo de producción socialista, es decir el de la socialización de los medios de producción y una economía planificada, se deberá ir transformando de un órgano defensor del orden de propiedad colectivo a un órgano meramente administrativo hasta que resulte inútil su existencia. Ello supone que para que el socialismo exista, tiene que basarse en una economía mundial, ya que esa economía planificada deberá operar en la riqueza material, por lo tanto, entre más regiones se integren a esta economía, más riqueza habrá y mejor funcionará dicho modo de producción, el capitalismo se basa en ello.

Esto es la teoría, la forma y el tiempo depende de las complejidades que la realidad presente. El intento más importante al respecto, y que a pesar de no haber llegado a concluirse dejó una basta enseñanza, fue la revolución rusa de 1917. Tras la victoria de los bolcheviques y la formación de un estado obrero para defender el nuevo orden de propiedad colectivo, se escribió la constitución y los códigos civiles más avanzados hasta la fecha, en los que se reconocía, por ejemplo, por primera vez el derecho de las mujeres a divorciarse si ellas lo pedían; se reconocía a los homosexuales como sujetos con los mismos derechos que todos los ciudadanos; se abolió la ilegitimidad de los hijos fuera del matrimonio; se prohibió la adopción con la intención de que el Estado se hiciera cargo del cuidado de los niños; se prohibió que el matrimonio creara propiedad compartida entre los cónyuges, para preservar a la mujer el control total de sus ingresos, al integrarla a las actividades productivas, públicas, culturales y políticas. Tras el estallido de la guerra civil, el retroceso que implicó la NEP (Nueva Política Económica) y la posterior degeneración burocrática del joven estado obrero, que finalizó con la renuncia a la revolución socialista mundial y la formulación de una teoría deforme que afirmaba construir el socialismo en un solo país, se echaron abajo varias ganancias en cuestión de derechos civiles, orillando a la sociedad a renunciar a la lucha por la extinción de la familia.

Como bien se sabe, la deformación burocrática del estado soviético terminó con purgas masivas de los viejos dirigentes del Partido Bolchevique y la expulsión de la U.R.S.S. de quien había sido líder junto con Lenin de la revolución obrera: León Trotsky. El VII Congreso de la Internacional, celebrado en 1935 fue crucial para definir la política a seguir de los Partidos Comunistas en el mundo. Esta política subordinó los procesos revolucionarios particulares de cada país, a la política de la burocracia estalinista. Con el crecimiento del fascismo, y tras la renuncia de la revolución socialista mundial, Stalin impuso una nueva política, que era organizar amplios frentes que frenaran el ascenso fascista y nazi. Ello obligó a llevar a cabo políticas de colaboración de clases entre obreros y burgueses “progresistas”, y con ello la subordinación de los intereses de la clase obrera en nombre de un interés “común”: la paz. La historia no perdonó aquel error, y es quizá el caso de España, uno de los más trágicos (no el único) a recordar, cuando la clase obrera pudo haber tomado el poder, pero su subordinación a la táctica del Frente Popular abrió la puerta a Franco después de la guerra civil.

La política a seguir de los Partidos Comunistas en Latinoamérica fue así la de integrar Frentes Populares Antiimperialistas. En el caso de México, el Partido Comunista salió de la clandestinidad durante el gobierno de Lázaro Cárdenas. Al principio, el PCM (Partido Comunista de México) tuvo una actitud crítica a Cárdenas; sin embargo, tras las resoluciones del VII Congreso de la Internacional, el PCM dio un giro de 180° y dio todo su apoyo al gobierno con el pretexto de que éste encabezaba la lucha contra el imperialismo. Si bien, el régimen de Cárdenas tenía un discurso “social” y aprovechó una oportunidad histórica que le brindó el umbral de una guerra mundial, expropiando la industria petrolera, no fue, de ninguna manera un gobierno “socialista”. Al integrar al movimiento obrero a la estructura orgánica del estado, Lázaro Cárdenas condenó a la clase obrera a una subordinación tal, que aún en la actualidad se pueden ver sus estragos, por ejemplo, el que no haya habido una huelga general (de varios sectores industriales) desde ese periodo presidencial hasta la fecha. A esta incorporación se le llama corporativismo, y fue inspirado en la Carta del Lavoro que implementara Mussolini en 1927 en Italia.

Pues bien, al pertenecer al PCM, los arquitectos de la Unión de Arquitectos Socialistas como Enrique Yáñez, Alberto T. Arai, Raúl Cacho, Enrique Guerrero y Balbino Hernández tenían la obligación de apoyar y promover la política de su partido. Inspirados por la primera generación de arquitectos funcionalistas radicales como Juan Legarreta (muerto en un accidente carretero en 1934) y Juan O’Gorman (más inclinado a Trotsky que al PCM), este grupo de arquitectos tuvo una genuina motivación profesional por solucionar los problemas básicos que planteaba un país en construcción después de un episodio revolucionario, atrasado industrialmente y semicolonial. Al ser la vivienda una consigna democrática constante en las luchas obreras, este grupo de arquitectos proyectó una ciudad obrera en 1938. Lo interesante de ello, es que el contexto económico-social en el que está planteado el proyecto es en el de un régimen de propiedad colectivo, es decir, no capitalista, esto podría suponer en un México caracterizado como un estado obrero. Esta cualidad lo convierte en el proyecto más radical que se haya realizado en el marco de la modernidad arquitectónica mexicana. La razón de plantear un escenario así, fue quizá inocente, para “radicalizar” al gobierno cardenista en su política de vivienda, lo cual respondía perfectamente a la línea política del PCM, al pretender radicalizar a las organizaciones de masas del Frente Popular, en este caso en torno a Lázaro Cárdenas; sin embargo, la historia ha demostrado una y otra vez, que toda política de colaboración de clases termina por inclinarse del lado de la burguesía.

En el texto original que explica el proyecto, aparecido en la revista “Arquitectura y Decoración” No. 11, en septiembre de 1938, los autores Alberto T. Arai, Raúl Cacho, Enrique Guerrero y Balbino Hernández, reconocen la importancia de los trabajos de vivienda que le antecedieron, particularmente los de Juan Legarreta construidos en la colonia Aarón Sáenz y en la Plutarco Elías Calles en 1934 ambas. Sin embargo, reconocen “que no podrán nunca resolver totalmente el problema mientras imperen las bases económicas del sistema capitalista”. Legarreta mismo lo había considerado así, esto lo reconoce en la memoria descriptiva de su proyecto, cuando apenas formaba parte del concurso de la casa obrera mínima en 1932, así lo manifiesta: “Este proyecto no es más que una solución transitoria, mientras otros tiempos suceden”. Qué otros tiempos, podría preguntarse el ingenuo lector; más adelante se resolverá su duda.

El proyecto comprende dos escalas: la urbana y la arquitectónica. En cuanto a la urbana, los autores realizan una zonificación que comprende tres zonas:

1.       Industrial. La ubican en la zona de San Juan de Aragón.
2.      Obrera (habitacional). Comprende la zona de Vallejo hasta Azcapotzalco.
3.    De Cultivos. La zona limítrofe entre la alcaldía Azcapotzalco y Gustavo A. Madero con Tlalnepantla.

Es de interés que los autores hayan realizado análisis tan estricto de las actividades y los horarios de todos los sectores que integrarían la ciudad obrera, para determinar los flujos y el espacio requerido, las distancias y los recorridos.


La zona obrera, la cual contiene la zona habitacional y cívica, divide los usos de la siguiente manera:

1.       Centro Cívico.
2.      Escuelas.
3.      Comedores colectivos.
4.      Comercio de productos agrícolas.
5.      Comercio de productos elaborados.
6.      Terminales de camiones.

Aquí aparece un punto muy importante para la socialización del trabajo doméstico que es la inclusión de comedores colectivos.




La solución urbana es muy esquemática en este proyecto, lo único que se alcanza a distinguir son las orientaciones de los solares en donde se desplantan los edificios de viviendas, que corresponde a una orientación oriente-poniente. Al interior de esta zona, la conectan tres tipos de vías de forma ortogonal: las primarias cuya orientación es de oriente-poniente; las secundarias, que son perpendiculares a éstas con orientación norte-sur; y las terciarias, que son paralelas a las primarias. En general, las zonas públicas de gran escala, es decir, la cívica, comercial, escolar y de servicios se ubican todas en un extremo, mientras que la zona de transporte urbano se sitúa en el extremo opuesto, quedando así la zona habitacional en medio.



La zona de mayor interés y más trabajada es la habitacional. El proyecto comprende edificios de 6 niveles con una planta baja libre. Es el segundo proyecto multifamiliar en la historia de México, después de los que proyectara Juan O´Gorman 6 años atrás para el concurso de la casa obrera mínima organizado por el muestrario de la construcción moderna. Sin embargo, este proyecto resulta más radical porque responde a un contexto (imaginario) de un estado obrero, cuyo régimen de propiedad es completamente distinto: colectivo. Por ello, la disposición de los espacios al interior de estos edificios, refleja un momento transitorio para la desaparición de la institución familiar. Esto es fácil de reconocer porque cada planta arquitectónica está dividida de la siguiente manera: la zona de uso común, de servicios y de circulaciones se ubica en el centro; la habitacional en un extremo; y otra de dormitorios para niñas y niños por separado, que contiene una zona de vigilancia y control, la cual hay que cruzar para acceder o salir de dichos dormitorios.



Las habitaciones cuentan con una pequeña cocineta junto a la entrada, que por su reducido tamaño sólo permite la preparación de alimentos no sofisticados, quizá sólo para el desayuno y la cena, ya que no hay que olvidar, el proyecto cuenta con comedores públicos. La estancia se ubica al fondo, y tiene la cualidad de estar a doble altura, con ello, aunque el espacio sea pequeño, la amplitud resalta. Las escaleras para subir al nivel superior se encuentran en la misma estancia, por lo que el vacío puede ser visto desde las alturas. En el nivel superior se ubica una habitación y un baño. El espacio es pequeño, pero si se toma en cuenta que es para una pareja o para una sola persona, el espacio es más que suficiente. En el caso de que fuera para una pareja con hijos, las niñas y los niños duermen en otro espacio en el mismo edificio, bajo el cuidado de profesionales. Diez y siete años antes, V. Diushen, un pedagogo soviético, ya había realizado un proyecto a nivel urbano en el que promovía la construcción de viviendas donde ubicaba a los niños en pequeñas colonias dirigidas por “pedagogos especialmente calificados, y gobernadas por un soviet compuesto de niños, profesores y personal técnico”. Este tipo de proyectos, abrió una discusión que jamás se había dado en la historia moderna. No resulta difícil imaginarse la riqueza de opiniones vertidas en esas discusiones, mismas que no se han vuelto a dar. Alexander Goikhbarg, jurista autor del primer Código Familiar del estado obrero ruso, tenía la opinión de que la educación de los padres a los hijos fomentaba lo privado e irracional, y que esa educación necesitaba ser sustituida a través de profesionales de la educación. Aleksándra Kollontai, compartía esa misma opinión, decía que aunque los padres conservarían lazos emocionales con sus hijos, la sociedad se debía encargar de alimentarlos, criarlos y educarlos. A opinión de Zinaida Tettenborn, jurista soviética, la crianza del estado lejos de separar a los padres de sus hijos, permitiría que estuvieran más tiempo juntos porque sería un tiempo de calidad, ya que se daría en un horario destinado a ello, sin ningún tipo de distracciones; además, proponía un comité de crianza constituida por padres (hombres y mujeres) y los propios niños.





Cada edificio contaría con 30 habitaciones repartidas en seis niveles, aunque no debe olvidarse que cada habitación es de dos niveles, de modo que dos pisos equivalen a una vivienda. El total de camas en los dormitorios para niñas y niños sería de 60, repartidas equitativamente por sexo en cada nivel. El proyecto en general contaba con un área destinada para el desplante de estas viviendas, y otra en espera de una ampliación cuando fuera necesario. En la misma revista donde se publicó por primera vez este proyecto, hay un artículo que analiza las diferencias entre la casa agrupada (en varios niveles) y la casa aislada (unifamiliar). Desde los puntos de vista financiero, constructivo, administrativo, técnico, urbanístico y social, el articulista demostraba lo conveniente que era optar por un programa estatal de viviendas agrupadas; sin embargo, la realidad del país era otra por el atraso industrial resultado de siglos de dominio colonial. Tuvieron que pasar 9 años más para empezar a construir el primer conjunto multifamiliar en México, el Conjunto Urbano Miguel Alemán. Con la implementación de las recomendaciones económicas de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina) a partir de los años cuarenta, periodo conocido como el del “Estado Benefactor”, se construyeron más conjuntos multifamiliares, sin embargo, siempre fueron insuficientes. Al final, ese sueño de que las condiciones materiales en el país cambiarían con la sustitución de importaciones, mostró su fracaso ante la débil y dependiente burguesía nacional. En los terrenos de la arquitectura y el urbanismo, este fracaso dio origen a grandes asentamientos irregulares, cuyas deplorables condiciones de vida evidenciaron las brechas sociales y la incapacidad del estado para resolver las demandas democráticas más elementales.



Si se compara con el extinto estado obrero deformado de la U.R.S.S., la situación resulta muy distinta. Al tener el suelo un régimen de propiedad colectivo, el costo de la vivienda no se veía afectado por el valor del suelo, ello mismo promovió construcciones verticales que ocuparan menos metros cuadrados, ya que el suelo carecía de valor de cambio, por lo que las personas ya no aspiraban a la adquisición de un terreno. Al separar el valor del suelo con la vivienda, el suelo se liberó de los lineamientos de un mercado y se destinó a lo público. Si se observa desde la plataforma GoogleEarth o Maps cualquier ciudad perteneciente a este estado obrero deformado, se podrán observar fácilmente las virtudes de un régimen de propiedad colectivo en el campo del urbanismo, pues las áreas verdes son bastantes y de gran tamaño. A pesar de la deformación burocrática en la U.R.S.S. y el retroceso que tuvo al renunciar a la revolución mundial, muchos logros obtenidos con la revolución obrera se mantuvieron, a pesar de la burocracia misma. Al final, sin embargo, se cumplieron las predicciones que hiciera Trotsky acerca de la falsedad de la construcción del socialismo en un solo país, y la burocracia le abrió las puertas a la contrarrevolución.

Actualmente el 70% de la vivienda construida en México es informal. Esta situación se comparte en toda América Latina. No ha habido en la historia algún cambio de rumbo, todas las políticas económicas han fracasado. Esto se debe a que la dependencia económica de estos países con respecto al imperialismo, impiden cualquier tipo de independencia económica en el marco del capitalismo, y éste no puede ni podrá ser reformado. Con la llegada del Covid 19, ha surgido la legítima preocupación de urbanistas y arquitectos por querer mejorar las condiciones de higiene de las grandes ciudades. Sin embargo, lo que ha demostrado el capitalismo es que todo plan urbano sede a la especulación inmobiliaria, al valor del suelo. La revolución bolchevique demostró que un país atrasado industrialmente puede llevar a cabo las tareas democráticas que el capitalismo no pudo resolver, como lo es la cuestión de la vivienda. Hablar de arquitectura no es sólo hablar de espacios, su aplicación conlleva siempre una reproducción de las relaciones sociales, de modo que si se quiere cambiar la arquitectura hace plantear la necesidad de cambiar las condiciones materiales de vida en general. Juan Legarreta decía que mientras otros tiempos suceden, todo proyecto será una solución transitoria, ¿queremos la misma arquitectura?



Bibliografía:

Engels, Federico, El origen de la familia, la propiedad privada y el estado, Fundación Federico Engels, Madrid, 2006.

Goldman, Wendy Z., La mujer, el estado y la revolución, Ediciones IPS, Buenos Aires, 1993.

Granados Roldán, Luz María, Juan Legarreta. Un arquitecto radical, Tesis de licenciatura en arquitectura, México, Universidad Iberoamericana, 1987.

Márquez Soriano, Jesús Nazaret, “La Unión de Arquitectos Socialistas y su Proyecto de Ciudad Obrera (1938)”, Aacademia XXI, segunda época, año 10, núm. 20, México, UNAM diciembre 2019.

Revista Arquitectura y decoración, No. 11, septiembre, 1938, México

La ciudad de los decadentistas


"La paleta", 1900. Pintura de Julio Ruelas en donde retrata el ambiente en una casa de citas. Los protagonistas son los escritores decadentistas que conformaron la Revista Moderna. Al fondo, lúgubre y sentado junto al piano, se observa al autor de esta pintura. 

Según el sociólogo y urbanista François Ascher, la sociedad ha pasado por tres revoluciones urbanas modernas (Ascher, 2004). La primera, comprendió la transformación de la ciudad medieval a la ciudad “clásica”, tras el fin de la Edad Media y el surgimiento del Estado-nación. La concepción del hombre como centro del universo se evidencia en este estadio con la aparición de la perspectiva y su implementación en la arquitectura y el urbanismo; además, la geometría básica se complejiza y se monumentaliza la simetría. Sin olvidar el contexto económico e histórico, el capitalismo fue extendiéndose, primero como una función económica propia de artesanos en los burgos, por ser zonas libres de la jurisdicción feudal, hasta convertirse en un modo de producción que cambió las condiciones materiales de vida de un gran sector de la población. Este sistema económico propició los adelantos técnicos idóneos para la producción de mercancías en serie hasta llegar a lo que se conoce como la Revolución Industrial, y con ello lo que Ascher llamó como la segunda revolución urbana. Las ciudades crecieron y fueron reorganizadas en torno a la industria y a zonificaciones que reflejaron la nueva división de clases sociales. Aparecieron edificios destinados a nuevos usos, y por lo tanto, con morfologías completamente nuevas: almacenes, estaciones de ferrocarril, edificios de correos, etc. En particular, todos estos cambios se hicieron más visibles durante el siglo XIX, periodo en que el “urbanismo” surge como un fenómeno de estudio. Con la expansión del capitalismo basado en la producción industrial, aparecieron también nuevos hábitos de consumo, apoyados con medios de comunicación también nuevos: carteles comerciales. La arquitectura en sus diversificaciones, también dio lugar a estos usos, ya sea como lienzos sobre los que se pintaban o pegaban los anuncios comerciales, hasta tiendas para dicho uso. Walter Benjamin hablará de ello en “El libro de los Pasajes”, en donde recuerda las palabras que dijera Eduard Kroloff en 1839:

“Muchas casas parisinas parecen hoy decoradas al modo del traje de arlequín; es una suma grandes trozos de papel […]. Los que los pegan se disputan los muros, y llegan a las manos por una esquina. Lo más curioso es que todos estos carteles se tapan unos a otros diez veces al día.” (Benjamin, 2005: 198)

El propio título del libro de Benjamin es muy claro en cuanto a los nuevos espacios de la ciudad durante la segunda revolución urbana moderna: los pasajes. El mismo autor se adentrará en este estadio urbano bajo la mirada del Flâneur, ese personaje errabundo e indolente, dedicado a la exploración urbana. De quién más, podría Benjamin vislumbrar a esa entidad moderna que de Charles Baudelaire, estandarte lóbrego de la modernidad, primer profeta urbano, quien encumbró su obra con la prosa de “El spleen de París”, en cuyas poesías describe a ese paseante solitario enfrentado a las muchedumbres citadinas: “Aquel que no sabe poblar su soledad no sabe tampoco estar solo en medio de una muchedumbre atareada”. Cómo no confundirse y desaparecer entre la multitud, entre la homogeneidad de la moral burguesa. Aquí aparece otro personaje baudelairiano: el dandy; quien a pesar de formar parte de la burguesía, se distinguió de ella por su extravagancia,  por su exigente culto a sí mismo. Jules Barbey d'Aurevilly lo describiría como alguien que “solo existe cuando hay ojos, los suyos u otros, para mirarlo”. Y si son otros ojos quienes lo miran, ¿en dónde esos ojos? Son pues las calles de la ciudad, las piezas clave para completar las personificaciones literario-urbanas: flâneur-ciudad, spleen-ciudad y dandy-ciudad. No hay que olvidar otras órbitas literarias como el “parnasianismo” y su nostalgia hacia las figuras clásicas en un contexto donde la modernidad llega avasallante, ejemplo de ello es el proyecto urbano modernizador del Barón de Haussmann a mediados del siglo XIX en Europa. A ello habría que agregar al paisaje literario moderno el “simbolismo” y el “decadentismo”, bajo la dirección de Mallarmé y Verlaine, respectivamente. Del primero se puede decir que su vocación fue la sensibilidad envuelta en el misticismo y del segundo su irreverencia contra la moral y la ideología burguesa, privilegiando el individualismo desdichado. Estos movimientos literarios surgieron a partir de mediados del siglo XIX y culminaron a fines del mismo siglo en Occidente, momento en que son importados en América Latina. Rubén Darío, José Martí, Leopoldo Lugones y Manuel Gutiérrez Nájera serían algunos de sus representantes más notorios en el continente.

Durante los últimos años del régimen porfirista, México sufrió una serie de cambios, estimulados principalmente por la “Ley de desamortización de las fincas rústicas y urbanas de las corporaciones civiles y religiosas de México” expedida en 1856, razón por la cual, la ciudad de México cambió su fisonomía abruptamente. Si a ello se le agrega el tardío e incipiente pero  vertiginoso desarrollo industrial en el país (nada comparable con algún país de Europa o Estados Unidos), la arquitectura y el urbanismo se vieron severamente afectados, al grado de que la ciudad de México no había tenido cambios tan radicales desde la primera época de la Colonia. Para ilustrarlo, se pueden nombrar solo algunos de los edificios que se proyectaron y erigieron en aquella época:

- Joyería La Esmeralda (hoy Museo del Estanquillo) obra del arquitecto Francisco Serrano en 1890.
- Centro Mercantil, obra de Daniel Garza y Gonzalo Garita en 1898.
- Edificio del Puerto de Liverpool (el primero), del arquitecto Rafael Goyeneche.
- Edificio Bóker, de los arquitectos Lemos y Cordes en 1898.
- Proyecto del Palacio legislativo por el arquitecto Émile Bernard en 1900.
- Edificio La Mutua, de los arquitectos Lemos y Cordes en 1900.
- Comisión Nacional de Irrigación del arquitecto Carlos Herrera en 1901.
- Instituto de Geología del arquitecto Carlos Herrera en 1901.
- Edificio de Correos del arquitecto Adamo Boari en 1902.
- El edificio del Casino Español del arquitecto Emilio González del Campo en 1903.
- El Teatro Nacional (hoy Palacio de Bellas Artes) del arquitecto Adamo Boari en 1904.
- Edificio de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas (hoy Museo Nacional de Arte) del arquitecto Silvio Contri en 1906.
- Inspección de Policía del arquitecto Federico Mariscal en 1906.
- Edificio de la Compañía Bancaria de Obras y Bienes Raíces (hoy Edificio París) del arquitecto Francisco Serrano.
- Edificio La Mexicana del arquitecto Genaro Alcorta en 1906.
- El Hospital Psiquiátrico de La Castañeda (hoy demolido) por el ingeniero Salvador Echegaray en 1909.
Entre otros.

La lista anterior enumera una serie de edificios de mediana y gran escala en un pequeño radio que abarca sólo al Centro Histórico de la ciudad de México, exceptuando a La Castañeda, que se ubicaba en la villa de Mixcoac. Estos cambios en la imagen de la ciudad fueron sólo una parte de otros de índole económico, social y cultural, de los cuales la literatura se vio también afectada. Si bien, Manuel Gutiérrez Nájera sería el precursor indiscutible de esa literatura cuyo rótulo fue el de “Modernismo” y el órgano con el que se diera a conocer la “Revista Azul” (1894-1896); serían los escritores decadentistas unos pocos años después, quienes encabezaran este género literario dentro de lo que se le denominó como “Decadentismo mexicano”, cuyo medio de difusión fuera la “Revista Moderna” (1898-1903).

Bernardo Couto Castillo, a quien por su corta edad y talento se le ha llegado a comparar (con más entusiasmo que razón) con Arthur Rimbaud y Jesús E. Valenzuela fueron los iniciadores de esa aventura literaria llamada “Revista Moderna”, a la que inmediatamente se adhirieron Ciro B. Ceballos, Amado Nervo, Alberto Leduc, José Juan Tablada, Balbino Dávalos, Rubén M. Campos, Efrén Rebolledo, Francisco M. Olaguíbel, etc. La revista tuvo una gran calidad no sólo en el ámbito literario, sino también en el visual, gracias a la participación del artista Julio Ruelas, aportando con ello la identidad visual que diera a conocer a esta literatura. Todos estos escritores y artistas fueron testigos de esa ciudad que moría y daba lugar a otra. Walter Benjamin describe los pasajes como un fenómeno que afectó la vida cotidiana en las ciudades occidentales a mediados del siglo XIX; lo mismo sucedió en la ciudad de México años más tarde. Resulta interesante leer las crónicas que escribiera Rubén M. Campos, publicadas en el libro titulado “El Bar. La vida literaria en México en 1900”, en donde el autor describe otro fenómeno:

“El bar era una institución americana trasplantada a nuestra ciudad en los últimos años del siglo XIX, y que se había propagado de tal suerte que en cada calle había uno o dos bares intermedios y en cada esquina había uno, a veces cuatro, uno por cada esquina. Quien empujara la vidriera suelta y giratoria de un bar, quedaba asombrado al primer golpe de vista que le presentaba una multitud sedienta y alegre […]” (Campos, 1996: 32)

En efecto, fueron los bares los nuevos lugares que un sector de la sociedad comenzó a frecuentar a finales del siglo XIX, este sector fue la burguesía y la clase media acomodada. En otro fragmento del mismo libro, Rubén M. Campos diría:

“El calor del sol meridiano, tórrido en todas las estaciones, dispersaba a toda aquella muchedumbre que un desconocedor de las costumbres metropolitanas veía asombrado desaparecer, sin saber dónde […]. Pero lo que no sabían era que todas aquellas gentes, masculinas sea dicho, se refugiaban en el bar.” (Campos, 1996: 31-32)

El que Rubén M. Campos hable del “bar” como un fenómeno urbano al cual una “muchedumbre” acude desde la tarde, hace evidente que los decadentistas mexicanos fueron asiduos a estos lugares. En el estudio introductorio del libro “Panorama mexicano 1890-1910” de Ciro B. Ceballos, Luz América Viveros comenta: 

“Por aquellos años, la pertenencia al grupo que primero se reconoció como decadente y más tarde ya como modernista, no fue sólo formal o temática, sino también psicológica e ideológica; la nueva estética estaba generando adhesiones y deslindes significativos. Los escritores comulgaban su hostia preferentemente en el bar.” (Ceballos, 2006: 20)

Si se escudriñan las memorias que dejaron estos escritores, se podrán ubicar uno a uno los bares y otros sitios que frecuentaban los decadentistas. De estos lugares, es el Salón Bach el más visitado por ser el más cercano al local de la Revista Moderna (Campos, 1996: 116), sobre la calle de Plateros (hoy Av. Madero). Este salón tuvo diversas moradas sobre esta avenida; sin embargo, sería en la Av. Madero #32 en donde terminara su peregrinaje, en un edificio diseñado por Carlos Obregón Santacilia, el cual ya no existe. Sería este Salón Bach, en donde en 1932, el trovador yucateco Guty Cárdenas fuera asesinado. Hasta hace poco tiempo (2019), un nuevo Salón Bach invitaba a la nostalgia con su mobiliario de la época, esta vez ubicado en Bolívar 21.


Publicidad del Salón Bach, ubicado en Madero 32, su última morada. En este lugar fue asesinado el trovador yucateco Guty Cárdenas el 5 de abril de 1932.

También se habla del Salón Wondracek, ubicado en la esquina de la Cerrada del Espíritu Santo y la calle Independencia (hoy esquina de Isabel la Católica y 16 de Septiembre). Este bar se hizo famoso porque su primer dueño, Stanislao Wondracek, de nacionalidad polaca y radicado en México, había aprovechado el remate que Benito Juárez hacía de las propiedades de Maximiliano de Hasburgo, entre las cuales se hallaba una extensa bodega con 7,612 botellas, cuyo valor en ese momento era de $22,836.°° (Ceballos, 2006: 109). Tanis, como le decían a Stanislao, compró aquellas botellas, mismas que fue despachando en su cantina hasta que se las acabó. Es en ese momento que decide vender su establecimiento y regresarse a su país. Sería su nuevo propietario, quien con toda ventaja, rellenara aquellas botellas con licores de mala calidad y vendiera el interior como si fuera de las botellas originales. Esta cantina fue demolida para construir el actual edificio de la Casa Boker en 1898.

Edificio Bóker en 1905 recién construido. En el predio que ocupa actualmente este edificio, se encontraba el Salón Wondracek.

Otro lugar muy peculiar frecuentado por los decadentistas, sería un salón clandestino y opuesto a la moral burguesa, pero frecuentado por grandes figuras del porfiriato como Justo Sierra (Tablada, 1993: 45): la Perfumería de la Baronesa de Liesta. Este salón, se disfrazaba de día como una perfumería y a partir del mediodía se iría transformando en un ameno lupanar o como recordaría José Juan Tablada, en un “ministerio de la galantería (Tablada, 1993: 43). Julio Ruelas, quien por cierto, vivía en la misma calle donde se hallaba este burdel, en el Callejón de la Olla (hoy 2ª. Cerrada de 5 de mayo), realizó una interesante pintura sobre una de sus paletas de trabajo, en donde retrata una noche dentro de este lugar. En la pintura se puede ver a Rubén M. Campos, Bernardo Couto Castillo, Ciro B. Ceballos y al propio autor, quien se retrata lóbrego sentado junto al piano que está siendo tocado probablemente por Ernesto Elorduy, amigo cercano de los decadentistas. El edificio en donde se encontraba este salón ya no existe, en su lugar se erigió uno moderno, cuya entrada principal se encuentra en el número 49 de la Av. 5 de mayo. Lo mismo sucedió con la antigua casa en donde vivía Julio Ruelas con sus hermanos, que fue demolida entre 1904 y 1905 para levantar ahí un edificio en 1906, diseñado por el arquitecto Genaro Alcorta.

Avenida 5 de Mayo en 1900. Al fondo remataba con el Teatro Nacional, demolido un año después. Pasando la primer calle (Palma) del lado izquierdo, se encontraba la Perfumería de la baronesa de Liesta, una casa de citas clandestina muy frecuentada por la burguesía.

El bar La América, era el lugar al que remataban, ya estimulados, los decadentistas. Este establecimiento, al que hoy se le denominaría como “After hour”, permanecía abierto toda la madrugada, y en su interior no solo se vendía alcohol, sino también comida. Su ubicación era en la cuchilla formada por la avenida Juárez, la 2ª. Calle de Dolores y una antigua calle llamada Coajomulco, cuya huella aún se puede percibir en el interior de la Plaza Juárez, a un lado del conjunto de la Secretaría de Relaciones Exteriores. El edificio en donde se encontraba este bar ya no existe, fue demolido en la década de los años treinta. Por las crónicas que hay acerca de este lugar, se sabe que los decadentistas salían después de las cinco de la mañana, para ir a tomar el primer tren que los dejaría en Tlalpan, donde vivía Jesús E. Valenzuela, quien los esperaba en su casa para compartir de “un reparador almuerzo con pozole al estilo de Chihuahua” (Campos, 1996: 112).

En esta fotografía tomada en 1930 sobre la avenidas Juárez, se observan las calles de Dolores (a la izquierda) y Coajomulco (a la derecha). En ese edificio se encontraba el Bar La América, lugar que fungía como el “After hour” de fines del siglo XIX.

Casi la totalidad de los lugares que frecuentaba el grupo decadentista desapareció para dar lugar a otra arquitectura que se adecuara a los “nuevos tiempos”. Paradójicamente, los decadentistas serían la primera vanguardia del siglo XX, pero también una vanguardia incapaz de ofrecer una alternativa al porfirismo, tomando en cuenta que pocos años después, estallarían los primeros conflictos con los que empezaría el movimiento armado de 1910. Su madrugadora llegada al escenario cultural del país impidió que se ganaran el interés y la simpatía de la sociedad, y a ellos no les interesó. Amado Nervo en 1896 diría al respecto:

“Pretender que un literato, por el solo placer de que lo lea un pueblo ignaro, retroceda cincuenta años en cuestión de procedimientos literarios, y todavía así abata su idea y la forma que la que la encierra hasta un nivel mezquino, sería injusto.” (Clark, 2002: 165)

El poeta Ramón López Velarde adverso al decadentismo, representaría la otra escuela literaria; y quizá con ello se vislumbraría esa discrepancia histórica entre dos escuelas literarias distintas, mismo antagonismo que fuera protagonizado en tiempos postrevolucionarios por los estridentistas y los contemporáneos.

Paradójicamente, la ciudad de los decadentistas fue demolida para alojar a la modernidad urbana, no quedó ni un lugar en pie, de aquellos que frecuentaban. La ciudad cambió de piel y sus calles de nombre; sin embargo, todo lo que hay ahora puede ser reconstruido a partir de las crónicas antes citadas: una ciudad fantasma y una herida que no cerró, que fue la calle Coajomulco y hoy persiste dentro de la zona comercial de la Plaza Juárez esperan se recorridas de nuevo, después de este confinamiento.

Según Ascher, la tercera revolución urbana moderna se inicia tras las “reflexiones” que se dieran en la posmodernidad para superar a esa modernidad “mesiánica” y “determinista” que había surgido iniciado el siglo XX. A su vez, los adelantos tecno-científicos y la nueva situación Geopolítica en el siglo XXI, promueven nuevas discusiones y planteamientos de nuevos modos de vida, que el autor mira con optimismo. Las ciudades van cambiando, y al igual que a los decadentistas les tocó ver la desaparición de la ciudad decimonónica, en este tiempo somos testigos del surgimiento de otra ciudad, sólo basta ver cómo en menos de diez años se han levantado decenas de nuevos edificios sobre la Avenida de la Reforma, Santa Fé, y en otros puntos de la ciudad que antes sonaban inverosímiles que se levantaran como en el antiguo pueblo de Xoco en la Alcaldía Benito Juárez. La pandemia del Covid 19 también ha venido a plantear la urgencia de nuevos cambios en la arquitectura y el urbanismo. Gran cantidad de artículos han sido publicados en donde se vislumbra el entusiasmo por un cambio de paradigma; sin embargo y Ascher lo evidenció, las drásticas transformaciones en las ciudades se han dado al cambiar el modo en que las sociedades producen sus medios de susbsistencia ¿Qué se avecina para ellas? ¿Qué dirá la literatura de ello?


BIBLIOGRAFÍA

Ascher, François, Los nuevos principios del urbanismo, Madrid, Alianza Editorial, 2004.
Benjamin, Walter, El libro de los pasajes, Madrid, Akal, 2005.
Campos, Rubén M., El bar. La vida literaria de México en 1900, México, UNAM, 1996.
Ceballos, Ciro B., Panorama mexicano 1890-1910 (Memorias), México, UNAM, 2006.
Clark De Lara, Belem y Zavala Díaz, Ana Laura, La construcción del Modernismo, México, UNAM, 2002.
Tablada, José Juan, Las sombras largas, México, CONACULTA, 1993.




Crónica de una deriva nocturna a través de flores

Imagen: Sin título, de la serie "Distópolis". Autor Israel Meneses Vélez.

La noche se desgastaba con las horas húmedas por el alcohol y por una charla que prometía morir en cualquier momento. Así sucedió, la mayoría de los invitados se acostaron en las recámaras desocupadas. Fuimos tres los sobrevivientes que trago a trago absorbieron sus nostalgias mudas y secretas. Lo demás fue el monótono bla-bla-bla que se confundía con la música, el humo de los cigarros y otros tragos más. Mi mente se encontraba unas horas atrás, cuando llegamos a la casa. De entre las cosas que yo cargaba, un ramo de rosas que alguno de mis amigos compró a nuestras compañeras, me  humedecía las manos. En la esquina de Orozco y Berra y Buenavista, siluetas de meretrices se movían en la oscuridad bajo el ritmo de la concupiscencia. Al acercarnos fue natural el impulso de dirigirme a ellas y ofrecerles una flor. Me miraron sorprendidas, un pequeño destello de inocencia asaltó la mirada de quien estiró primero la mano; las demás, se alejaron un poco, sólo estábamos ella y yo. Le pregunté su nombre, me dijo Todas. Le deseé suerte para esa noche y me despedí estrechando su mano. Al alejarme, un grito rompió la suavidad del murmullo nocturno: “¡ahora te quiero más!”, me reí del piropo y llegué a la esquina contraria, en donde me esperaban los amigos. Ese momento se había quedado en mi mente, había sorteado las horas, la charla, la música. Una que otra pregunta dirigida hacia mí, me devolvía a un presente deformado por los excesos. De pronto, todo fue un vertiginoso ir y venir en el tiempo; extenuado por la ansiedad, cambié la plática con un repentino “me gustó haber ofrecido esa flor”. Mis amigos se quedaron sorprendidos por un momento, y después de compartir tibiamente la emoción conmigo, se abrió paso a una atmósfera dionisiaca. No recuerdo si la música paró, o si alguien bajó el volumen, pero aquella frase: “¡vamos a ofrecerles flores a las prostitutas!”, devoró al silencio. Contagiados por el mismo sentir, salimos cargando las flores como si estuvieran escurriendo deseos aún no cumplidos.


     En la primera esquina esperaba una chica que todavía llevaba consigo a su pasado, a aquel hombre que alguna vez fue, su gran estatura y su gruesa voz así lo confirmaron. Cuando le ofrecimos la flor, tardó en reaccionar; su rostro completamente perturbado nos demostró lo frágil que suele ser la cotidianidad. Seguimos caminando, doblamos a la derecha por Puente de Alvarado hasta que encontramos a un grupo numeroso de meretrices que nos rodearon al vernos juntos y jóvenes. Antes de que nuestro cometido se confundiera con una noche de lujuria, sacamos varias flores y las repartimos como si fueran pan caliente. Después de las risas, los abrazos y las bromas, continuamos nuestro camino como misioneros noctívagos en un abismo. La mejor forma para no perderse en la ciudad es caminar sin tener un lugar a dónde llegar. Nuestro mapa eran las sombras a lo lejos, nuestro móvil las flores. En cada esquina una flor fue sembrada en manos vacías, o en algunos casos, manos que cargaban la desolación encarnada en una estopa humedecida en thiner. A pesar de todo, las sonrisas iluminaron intermitentemente las oscuras calles de mi ciudad. En otras circunstancias aquellas calles parecían la boca de la perdición, pocas personas las cruzan y peor aún en las madrugadas; en otras circunstancias somos otros, pero esta vez fuimos lo otro, el abono que cada noche alimenta las raíces de una ciudad fantasma, desvelada mi ciudad. Las flores se fueron agotando así como la oscuridad que lentamente comenzó a despintarse. Detrás de nosotros las calles parecían haber cambiado de piel, el pavimento se cubrió de pétalos y la resaca comenzó a florecer en nosotros, recordando que en cualquier momento seríamos los mismos. Al llegar a mi casa nos despedimos, ellos se fueron a las suyas, pero cada uno sabía que en nuestras propias almohadas nos esperaba una flor impacientemente.

La niña que contuvo al universo en su mirada

Fotografía intervenida por el autor de este texto. Fotografía original de Frank Fournier, ganadora del Word Press Photo en 1986. La intervención se realizó para disminuir la crudeza que pueda derivar del presente relato. 


El artista José Jimenez Ortiz fue uno de los doce artistas que participó en el 1er Salón de Arte y Ciudad, evento que se realizó del 8 al 22 de febrero de 2019 en la Galería Los 14, en la colonia San Rafael, CDMX. Hablaré solo de una proyección de su autoría, la cual motivó el presente escrito. Era una proyección en blanco y negro, en donde el autor exploró las ruinas que dejó la erupción del volcán Nevado del Ruiz, en el Departamento de Tolima, Colombia, sepultando a una población casi en su totalidad, tragedia en la que murieron más de 20,000 personas. La proyección la formó una serie de videos en fijo, en donde el autor permite al espectador escuchar los sonidos y movimientos de una flora y fauna que renació en aquella “Pompeya” moderna. Lo que se ve y escucha en ellos, contrasta con lo que ocurrió aquel 13 de noviembre de 1985 en Armero, nombre de aquella población arrasada por el lahar. Ese contraste permite vislumbrar que ante un mal, por catastrófico que sea, es posible que haya una recuperación, ya sea ecológica, social o moral. Al menos esa fue mi percepción personal, tan personal como la experiencia descrita en estas palabras.

El tema me interesó porque dos meses antes de aquella tragedia, otra había golpeado a la ciudad de México: el sismo del 19 de septiembre de 1985. Me propuse investigar un poco sobre lo ocurrido en Armero y así lo hice el domingo 25 de febrero de 2019. Me encontraba sumergido en una resaca que se negaba a olvidar la noche anterior. Mi soledad era un territorio yermo, y la tarde caía en mi noche interior. Lentamente comencé a adentrarme en las lecturas sobre aquel fúnebre episodio colombiano…

Casi un año antes, en agosto de 1984, vulcanólogos ya habían advertido a las autoridades una alta posibilidad de que el Nevado del Ruiz tuviera una erupción. Los pobladores tuvieron varias reuniones en donde reflejaron su justificada preocupación; sin embargo, las autoridades hicieron caso omiso. Algunos sobrevivientes relatan que los ríos y arroyos bajaban de la montaña cada vez más sucios. Se experimentó varias veces lluvia de cenizas, como aquella que cayó intensamente el 13 de noviembre desde las 3 de la tarde. Para las siete la cruz roja local recomendó la evacuación, pero para las 9:30 de la noche el volcán hizo erupción, derritiendo parte del hielo que lo corona. A las 11:30, mientras gran parte de la población dormía o se disponía a dormir, un lahar arrasó a armero, enterrando y destruyendo a la gran mayoría de las viviendas y otros edificios. La incomunicación duró toda la madrugada, hasta que a las 5:30, el piloto de un avión de fumigación sobrevoló la zona en lo que sería un día de trabajo habitual. Rápidamente se comunicó con los noticieros de la radio nacionales: “¡Armero quedó borrado del mapa!”, la voz de Fernando Rivera, piloto aviador, anunció a todo un país sobre esta tragedia. Como ocurre en estos casos, el estado es incapaz de reaccionar inmediatamente, mas no la población. Cientos de rescatistas llegaron a la zona, la cual fue difícil en extremo acceder, porque los lahares arrasaron con las carreteras y puentes alrededor de este lugar. En los videos se puede vislumbrar la dificultad que resultaba al caminar entre el fango y el espeso barro.

Mientras un grupo de rescatistas recorría la zona devastada, un ligero movimiento entre el fango y los escombros llamó su atención. Al acercarse, con gran sorpresa vieron que era una niña. La totalidad de su cuerpo se hallaba enterrado en el fango, mientras que se sujetaba con toda la fuerza del universo a un palo atravesado para no hundirse más. Llevaba varias horas así. Los fotoperiodistas llegaron y comenzaron a retratar la peor de las agonías que un ser humano puede sufrir. Su nombre era Omayra Sánchez. Existe un video en el que se le puede ver con lucidez sobrehumana diciendo: “Yo vivo porque tengo qué vivir, y apenas tengo trece años, para morir no puedo, no es justo…”. Las horas pasaron y los rescatistas hacían todo lo posible para salvarla. Así se dieron cuenta que ella había quedado prensada entre los escombros, y más abajo pudieron sentir el brazo de su tía, que había fallecido abrazándola. Omayra hablaba con los rescatistas y los fotógrafos, su fuerza interior sirvió de inspiración para muchas personas: “Cuando salga, me tomen una [foto] con la cámara, que salga yo triunfante”. El tiempo se agotaba, el rostro de Omayra comenzó a transformarse, sus ojos comenzaron a oscurecerse por el cansancio y la agonía. Los rescatistas vieron que la amputación era imposible al encontrarse debajo del fango y que el agua podía subir de nivel. Omayra se despedía: “Mami, te quiere mucho mi papi, mi hermano y yo. Adiós Madre.” Después de 72 horas luchando por sobrevivir, Omayra muere de un paro cardiaco. Su madre, que se encontraba en Bogotá en aquel momento ganándose la vida, sufría el peor dolor de su vida.

Mientras escribo esto, las lágrimas me brotan pensando en ello.

Omayra

Por  setenta y dos horas
En tus ojos habitó el universo
¿qué fuerza humana consigue hacerlo?
Tus palabras fueron otras aguas
Límpidas
Transparentes
Saliste del fango volando suavemente
Ángel triunfante
En un mundo de omisiones
Y lucha de clases
Esparzo esta memoria
como diente de león al viento
Niña eterna santa de Armero.

El acto de recordar, de recurrir a la memoria social e histórica es también un acto de empatía, un ejercicio de sentido común que nos lleva a cuestionar nuestro presente, cuestionar nuestro lugar en el mundo y a la historia misma. Esa resaca en la que me encontraba al estudiar esto, de pronto se borró, sólo me quedó el deseo de que una tragedia así no vuelva a ocurrir, de que los desastres naturales no son tan naturales, sino más bien desastres sociales, en un mundo en el que los gobernantes no representan a sus gobernados, y por lo tanto no se preocupan por su seguridad, ni siquiera la mínima, en Colombia, México y en todo el mundo.