"La paleta", 1900. Pintura de Julio Ruelas en donde retrata el ambiente en una casa de citas. Los protagonistas son los escritores decadentistas que conformaron la Revista Moderna. Al fondo, lúgubre y sentado junto al piano, se observa al autor de esta pintura.
Según el
sociólogo y urbanista François Ascher, la sociedad ha pasado por tres
revoluciones urbanas modernas (Ascher, 2004). La primera, comprendió la
transformación de la ciudad medieval a la ciudad “clásica”, tras el fin de la
Edad Media y el surgimiento del Estado-nación. La concepción del hombre como
centro del universo se evidencia en este estadio con la aparición de la
perspectiva y su implementación en la arquitectura y el urbanismo; además, la
geometría básica se complejiza y se monumentaliza la simetría. Sin olvidar el
contexto económico e histórico, el capitalismo fue extendiéndose, primero como
una función económica propia de artesanos en los burgos, por ser zonas libres
de la jurisdicción feudal, hasta convertirse en un modo de producción que
cambió las condiciones materiales de vida de un gran sector de la población.
Este sistema económico propició los adelantos técnicos idóneos para la
producción de mercancías en serie hasta llegar a lo que se conoce como la
Revolución Industrial, y con ello lo que Ascher llamó como la segunda
revolución urbana. Las ciudades crecieron y fueron reorganizadas en torno a la
industria y a zonificaciones que reflejaron la nueva división de clases sociales.
Aparecieron edificios destinados a nuevos usos, y por lo tanto, con morfologías
completamente nuevas: almacenes, estaciones de ferrocarril, edificios de
correos, etc. En particular, todos estos cambios se hicieron más visibles
durante el siglo XIX, periodo en que el “urbanismo” surge como un fenómeno de
estudio. Con la expansión del capitalismo basado en la producción industrial,
aparecieron también nuevos hábitos de consumo, apoyados con medios de
comunicación también nuevos: carteles comerciales. La arquitectura en sus
diversificaciones, también dio lugar a estos usos, ya sea como lienzos sobre
los que se pintaban o pegaban los anuncios comerciales, hasta tiendas para
dicho uso. Walter Benjamin hablará de ello en “El libro de los Pasajes”, en
donde recuerda las palabras que dijera Eduard Kroloff en 1839:
“Muchas casas parisinas
parecen hoy decoradas al modo del traje de arlequín; es una suma grandes trozos
de papel […]. Los que los pegan se disputan los muros, y llegan a las manos por
una esquina. Lo más curioso es que todos estos carteles se tapan unos a otros
diez veces al día.” (Benjamin, 2005: 198)
El
propio título del libro de Benjamin es muy claro en cuanto a los nuevos
espacios de la ciudad durante la segunda revolución urbana moderna: los
pasajes. El mismo autor se adentrará en este estadio urbano bajo la mirada del Flâneur,
ese personaje errabundo e indolente, dedicado a la exploración urbana. De quién
más, podría Benjamin vislumbrar a esa entidad moderna que de Charles
Baudelaire, estandarte lóbrego de la modernidad, primer profeta urbano, quien
encumbró su obra con la prosa de “El spleen de París”, en cuyas poesías
describe a ese paseante solitario enfrentado a las muchedumbres citadinas:
“Aquel que no sabe poblar su soledad no sabe tampoco estar solo en medio de una
muchedumbre atareada”. Cómo no confundirse y desaparecer entre la multitud,
entre la homogeneidad de la moral burguesa. Aquí aparece otro personaje
baudelairiano: el dandy; quien a pesar de formar parte de la burguesía,
se distinguió de ella por su extravagancia,
por su exigente culto a sí mismo. Jules Barbey d'Aurevilly lo describiría
como alguien que “solo existe cuando hay ojos, los suyos u otros, para
mirarlo”. Y si son otros ojos quienes lo miran, ¿en dónde esos ojos? Son pues
las calles de la ciudad, las piezas clave para completar las personificaciones
literario-urbanas: flâneur-ciudad, spleen-ciudad y dandy-ciudad.
No hay que olvidar otras órbitas literarias como el “parnasianismo” y su
nostalgia hacia las figuras clásicas en un contexto donde la modernidad llega
avasallante, ejemplo de ello es el proyecto urbano modernizador del Barón de
Haussmann a mediados del siglo XIX en Europa. A ello habría que agregar al
paisaje literario moderno el “simbolismo” y el “decadentismo”, bajo la
dirección de Mallarmé y Verlaine, respectivamente. Del primero se puede decir
que su vocación fue la sensibilidad envuelta en el misticismo y del segundo su
irreverencia contra la moral y la ideología burguesa, privilegiando el
individualismo desdichado. Estos movimientos literarios surgieron a partir de
mediados del siglo XIX y culminaron a fines del mismo siglo en Occidente,
momento en que son importados en América Latina. Rubén Darío, José Martí,
Leopoldo Lugones y Manuel Gutiérrez Nájera serían algunos de sus representantes
más notorios en el continente.
Durante
los últimos años del régimen porfirista, México sufrió una serie de cambios,
estimulados principalmente por la “Ley de desamortización de las fincas
rústicas y urbanas de las corporaciones civiles y religiosas de México”
expedida en 1856, razón por la cual, la ciudad de México cambió su fisonomía
abruptamente. Si a ello se le agrega el tardío e incipiente pero vertiginoso desarrollo industrial en el país
(nada comparable con algún país de Europa o Estados Unidos), la arquitectura y
el urbanismo se vieron severamente afectados, al grado de que la ciudad de
México no había tenido cambios tan radicales desde la primera época de la
Colonia. Para ilustrarlo, se pueden nombrar solo algunos de los edificios que
se proyectaron y erigieron en aquella época:
- Joyería La Esmeralda (hoy Museo del
Estanquillo) obra del arquitecto Francisco Serrano en 1890.
- Centro Mercantil, obra de Daniel Garza y
Gonzalo Garita en 1898.
- Edificio del Puerto de Liverpool (el
primero), del arquitecto Rafael Goyeneche.
- Edificio Bóker, de los arquitectos Lemos
y Cordes en 1898.
- Proyecto del Palacio legislativo por el
arquitecto Émile Bernard en 1900.
- Edificio La Mutua, de los arquitectos
Lemos y Cordes en 1900.
- Comisión Nacional de Irrigación del
arquitecto Carlos Herrera en 1901.
- Instituto de Geología del arquitecto
Carlos Herrera en 1901.
- Edificio de Correos del arquitecto Adamo
Boari en 1902.
- El edificio del Casino Español del
arquitecto Emilio González del Campo en 1903.
- El Teatro Nacional (hoy Palacio de Bellas
Artes) del arquitecto Adamo Boari en 1904.
- Edificio de la Secretaría de
Comunicaciones y Obras Públicas (hoy Museo Nacional de Arte) del arquitecto
Silvio Contri en 1906.
- Inspección de Policía del arquitecto
Federico Mariscal en 1906.
- Edificio de la Compañía Bancaria de Obras
y Bienes Raíces (hoy Edificio París) del arquitecto Francisco Serrano.
- Edificio La Mexicana del arquitecto
Genaro Alcorta en 1906.
- El Hospital Psiquiátrico de La Castañeda
(hoy demolido) por el ingeniero Salvador Echegaray en 1909.
Entre
otros.
La
lista anterior enumera una serie de edificios de mediana y gran escala en un
pequeño radio que abarca sólo al Centro Histórico de la ciudad de México, exceptuando a La Castañeda, que se ubicaba en la villa de Mixcoac. Estos
cambios en la imagen de la ciudad fueron sólo una parte de otros de índole
económico, social y cultural, de los cuales la literatura se vio también
afectada. Si bien, Manuel Gutiérrez Nájera sería el precursor indiscutible de
esa literatura cuyo rótulo fue el de “Modernismo” y el órgano con el que se diera
a conocer la “Revista Azul” (1894-1896); serían los escritores decadentistas
unos pocos años después, quienes encabezaran este género literario dentro de lo
que se le denominó como “Decadentismo mexicano”, cuyo medio de difusión fuera
la “Revista Moderna” (1898-1903).
Bernardo
Couto Castillo, a quien por su corta edad y talento se le ha llegado a comparar
(con más entusiasmo que razón) con Arthur Rimbaud y Jesús E. Valenzuela fueron
los iniciadores de esa aventura literaria llamada “Revista Moderna”, a la que
inmediatamente se adhirieron Ciro B. Ceballos, Amado Nervo, Alberto Leduc, José
Juan Tablada, Balbino Dávalos, Rubén M. Campos, Efrén Rebolledo, Francisco M.
Olaguíbel, etc. La revista tuvo una gran calidad no sólo en el ámbito
literario, sino también en el visual, gracias a la participación del artista
Julio Ruelas, aportando con ello la identidad visual que diera a conocer a esta
literatura. Todos estos escritores y artistas fueron testigos de esa ciudad que
moría y daba lugar a otra. Walter Benjamin describe los pasajes como un
fenómeno que afectó la vida cotidiana en las ciudades occidentales a mediados
del siglo XIX; lo mismo sucedió en la ciudad de México años más tarde. Resulta
interesante leer las crónicas que escribiera Rubén M. Campos, publicadas en el
libro titulado “El Bar. La vida literaria en México en 1900”, en donde el autor
describe otro fenómeno:
“El bar era una
institución americana trasplantada a nuestra ciudad en los últimos años del
siglo XIX, y que se había propagado de tal suerte que en cada calle había uno o
dos bares intermedios y en cada esquina había uno, a veces cuatro, uno por cada
esquina. Quien empujara la vidriera suelta y giratoria de un bar, quedaba
asombrado al primer golpe de vista que le presentaba una multitud sedienta y
alegre […]” (Campos, 1996: 32)
En
efecto, fueron los bares los nuevos lugares que un sector de la sociedad
comenzó a frecuentar a finales del siglo XIX, este sector fue la burguesía y la
clase media acomodada. En otro fragmento del mismo libro, Rubén M. Campos diría:
“El calor del sol
meridiano, tórrido en todas las estaciones, dispersaba a toda aquella
muchedumbre que un desconocedor de las costumbres metropolitanas veía asombrado
desaparecer, sin saber dónde […]. Pero lo que no sabían era que todas aquellas
gentes, masculinas sea dicho, se refugiaban en el bar.” (Campos, 1996: 31-32)
El
que Rubén M. Campos hable del “bar” como un fenómeno urbano al cual una “muchedumbre”
acude desde la tarde, hace evidente que los decadentistas mexicanos fueron asiduos
a estos lugares. En el estudio introductorio del libro “Panorama mexicano
1890-1910” de Ciro B. Ceballos, Luz América Viveros comenta:
“Por aquellos años, la
pertenencia al grupo que primero se reconoció como decadente y más tarde ya
como modernista, no fue sólo formal o temática, sino también psicológica e
ideológica; la nueva estética estaba generando adhesiones y deslindes
significativos. Los escritores comulgaban su hostia preferentemente en el bar.”
(Ceballos, 2006: 20)
Si
se escudriñan las memorias que dejaron estos escritores, se podrán ubicar uno a
uno los bares y otros sitios que frecuentaban los decadentistas. De estos
lugares, es el Salón Bach el más visitado por ser el más cercano al local de la
Revista Moderna (Campos, 1996: 116), sobre la calle de Plateros (hoy Av.
Madero). Este salón tuvo diversas moradas sobre esta avenida; sin embargo, sería
en la Av. Madero #32 en donde terminara su peregrinaje, en un edificio diseñado
por Carlos Obregón Santacilia, el cual ya no existe. Sería este Salón Bach, en
donde en 1932, el trovador yucateco Guty Cárdenas fuera asesinado. Hasta hace
poco tiempo (2019), un nuevo Salón Bach invitaba a la nostalgia con su mobiliario
de la época, esta vez ubicado en Bolívar 21.
Publicidad del Salón Bach, ubicado en Madero 32, su última morada.
En este lugar fue asesinado el trovador yucateco Guty Cárdenas el 5 de abril de
1932.
También
se habla del Salón Wondracek, ubicado en la esquina de la Cerrada del Espíritu
Santo y la calle Independencia (hoy esquina de Isabel la Católica y 16 de
Septiembre). Este bar se hizo famoso porque su primer dueño, Stanislao
Wondracek, de nacionalidad polaca y radicado en México, había aprovechado el
remate que Benito Juárez hacía de las propiedades de Maximiliano de Hasburgo,
entre las cuales se hallaba una extensa bodega con 7,612 botellas, cuyo valor
en ese momento era de $22,836.°° (Ceballos, 2006: 109). Tanis, como le decían a
Stanislao, compró aquellas botellas, mismas que fue despachando en su cantina
hasta que se las acabó. Es en ese momento que decide vender su establecimiento
y regresarse a su país. Sería su nuevo propietario, quien con toda ventaja,
rellenara aquellas botellas con licores de mala calidad y vendiera el interior
como si fuera de las botellas originales. Esta cantina fue demolida para
construir el actual edificio de la Casa Boker en 1898.
Edificio Bóker en 1905 recién construido. En el predio que
ocupa actualmente este edificio, se encontraba el Salón Wondracek.
Otro
lugar muy peculiar frecuentado por los decadentistas, sería un salón
clandestino y opuesto a la moral burguesa, pero frecuentado por grandes figuras
del porfiriato como Justo Sierra (Tablada, 1993: 45): la Perfumería de la
Baronesa de Liesta. Este salón, se disfrazaba de día como una perfumería y a
partir del mediodía se iría transformando en un ameno lupanar o como recordaría
José Juan Tablada, en un “ministerio de la galantería (Tablada, 1993: 43).
Julio Ruelas, quien por cierto, vivía en la misma calle donde se hallaba este
burdel, en el Callejón de la Olla (hoy 2ª. Cerrada de 5 de mayo), realizó una
interesante pintura sobre una de sus paletas de trabajo, en donde retrata una
noche dentro de este lugar. En la pintura se puede ver a Rubén M. Campos,
Bernardo Couto Castillo, Ciro B. Ceballos y al propio autor, quien se retrata
lóbrego sentado junto al piano que está siendo tocado probablemente por Ernesto
Elorduy, amigo cercano de los decadentistas. El edificio en donde se encontraba
este salón ya no existe, en su lugar se erigió uno moderno, cuya entrada
principal se encuentra en el número 49 de la Av. 5 de mayo. Lo mismo sucedió
con la antigua casa en donde vivía Julio Ruelas con sus hermanos, que fue
demolida entre 1904 y 1905 para levantar ahí un edificio en 1906, diseñado por
el arquitecto Genaro Alcorta.
Avenida 5 de Mayo en 1900. Al fondo remataba con el Teatro
Nacional, demolido un año después. Pasando la primer calle (Palma) del lado
izquierdo, se encontraba la Perfumería de la baronesa de Liesta, una casa de
citas clandestina muy frecuentada por la burguesía.
El
bar La América, era el lugar al que remataban, ya estimulados, los
decadentistas. Este establecimiento, al que hoy se le denominaría como “After
hour”, permanecía abierto toda la madrugada, y en su interior no solo se vendía
alcohol, sino también comida. Su ubicación era en la cuchilla formada por la
avenida Juárez, la 2ª. Calle de Dolores y una antigua calle llamada Coajomulco,
cuya huella aún se puede percibir en el interior de la Plaza Juárez, a un lado
del conjunto de la Secretaría de Relaciones Exteriores. El edificio en donde se
encontraba este bar ya no existe, fue demolido en la década de los años
treinta. Por las crónicas que hay acerca de este lugar, se sabe que los
decadentistas salían después de las cinco de la mañana, para ir a tomar el
primer tren que los dejaría en Tlalpan, donde vivía Jesús E. Valenzuela, quien
los esperaba en su casa para compartir de “un reparador almuerzo con pozole al
estilo de Chihuahua” (Campos, 1996: 112).
En esta fotografía tomada en 1930 sobre la avenidas Juárez, se
observan las calles de Dolores (a la izquierda) y Coajomulco (a la derecha). En
ese edificio se encontraba el Bar La América, lugar que fungía como el “After
hour” de fines del siglo XIX.
Casi
la totalidad de los lugares que frecuentaba el grupo decadentista desapareció
para dar lugar a otra arquitectura que se adecuara a los “nuevos tiempos”.
Paradójicamente, los decadentistas serían la primera vanguardia del siglo XX, pero
también una vanguardia incapaz de ofrecer una alternativa al porfirismo,
tomando en cuenta que pocos años después, estallarían los primeros conflictos
con los que empezaría el movimiento armado de 1910. Su madrugadora llegada al
escenario cultural del país impidió que se ganaran el interés y la simpatía de
la sociedad, y a ellos no les interesó. Amado Nervo en 1896 diría al respecto:
“Pretender que un
literato, por el solo placer de que lo lea un pueblo ignaro, retroceda
cincuenta años en cuestión de procedimientos literarios, y todavía así abata su
idea y la forma que la que la encierra hasta un nivel mezquino, sería injusto.”
(Clark, 2002: 165)
El
poeta Ramón López Velarde adverso al decadentismo, representaría la otra
escuela literaria; y quizá con ello se vislumbraría esa discrepancia histórica
entre dos escuelas literarias distintas, mismo antagonismo que fuera
protagonizado en tiempos postrevolucionarios por los estridentistas y los
contemporáneos.
Paradójicamente,
la ciudad de los decadentistas fue demolida para alojar a la modernidad urbana,
no quedó ni un lugar en pie, de aquellos que frecuentaban. La ciudad cambió de
piel y sus calles de nombre; sin embargo, todo lo que hay ahora puede ser reconstruido
a partir de las crónicas antes citadas: una ciudad fantasma y una herida que no
cerró, que fue la calle Coajomulco y hoy persiste dentro de la zona comercial
de la Plaza Juárez esperan se recorridas de nuevo, después de este
confinamiento.
Según
Ascher, la tercera revolución urbana moderna se inicia tras las “reflexiones” que
se dieran en la posmodernidad para superar a esa modernidad “mesiánica” y
“determinista” que había surgido iniciado el siglo XX. A su vez, los adelantos
tecno-científicos y la nueva situación Geopolítica en el siglo XXI, promueven
nuevas discusiones y planteamientos de nuevos modos de vida, que el autor mira
con optimismo. Las ciudades van cambiando, y al igual que a los decadentistas
les tocó ver la desaparición de la ciudad decimonónica, en este tiempo somos
testigos del surgimiento de otra ciudad, sólo basta ver cómo en menos de diez
años se han levantado decenas de nuevos edificios sobre la Avenida de la
Reforma, Santa Fé, y en otros puntos de la ciudad que antes sonaban
inverosímiles que se levantaran como en el antiguo pueblo de Xoco en la Alcaldía
Benito Juárez. La pandemia del Covid 19 también ha venido a plantear la
urgencia de nuevos cambios en la arquitectura y el urbanismo. Gran cantidad de
artículos han sido publicados en donde se vislumbra el entusiasmo por un cambio
de paradigma; sin embargo y Ascher lo evidenció, las drásticas transformaciones
en las ciudades se han dado al cambiar el modo en que las sociedades producen
sus medios de susbsistencia ¿Qué se avecina para ellas? ¿Qué dirá la literatura
de ello?
BIBLIOGRAFÍA
Ascher,
François, Los nuevos principios del urbanismo, Madrid, Alianza
Editorial, 2004.
Benjamin,
Walter, El libro de los pasajes, Madrid, Akal, 2005.
Campos,
Rubén M., El bar. La vida literaria de México en 1900, México, UNAM,
1996.
Ceballos,
Ciro B., Panorama mexicano 1890-1910 (Memorias), México, UNAM, 2006.
Clark
De Lara, Belem y Zavala Díaz, Ana Laura, La construcción del Modernismo,
México, UNAM, 2002.
Tablada,
José Juan, Las sombras largas, México, CONACULTA, 1993.
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